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Si queremos lograr una cultura más rica, rica en valores de contrastes, debemos reconocer toda la gama de las potencialidades humanas, y por lo tanto tejer una sociedad menos arbitraria, una en la que la diversidad del regalo humano, encuentre un lugar adecuado." Margaret Mead

mayo 30, 2013

Colección "Impressionnisme et la mode" del Museo d' Orsay. La moda del siglo XIX vista desde el arte y la historia.

El impresionismo y la moda 

Difusión y auge de la moda
Hombres y mujeres deseosos de seguir la moda pueden consultar la numerosa prensa especializada que difunde y comenta las creaciones de las casas de costura, modistos, sastres, pero también de los grandes almacenes (Le Louvre, Le Bon Marché, La Ville de Saint-Denis…).

Los grandes almacenes, con diversificados lineales, ofrecen en efecto, no solo los elementos útiles para la elaboración de trajes elegantes, sino también vestidos ya realizados de gran calidad y sombreros, cuyo estilo pretende rivalizar con el de los mejores en su ámbito de París (Las Sras. Maugas, Ghys, Roger, Camille...). Estos últimos adoptan el título de “costureros”. En base al modelo de la casa Worth, creada en 1858 y de fama internacional, las casas de alta costura proliferan a lo largo de los años 1875-1885.



Stéphane Mallarmé
La última moda
© Colección particular
Todos los derechos reservados


Un personaje esencial, en la elaboración de los modelos es el dibujante industrial que, de simple delineante para el estampado y el bordado, amplió su ámbito de actuación, en los años 1840-1860 a la confección de ropa para señoras. Proporciona 
una silueta litografiada del vestido, del abrigo, de la manteleta... que el fabricante o el negociante en tejidos completa con muestras pegadas alrededor.
A partir de estas figurinas, el dibujante puede crear modelos cada vez más complejos que se convierten en verdaderos proyectos que vende entonces a las costureras o a los grandes almacenes y cuya difusión está garantizada por las revistas y los catálogos. De estos dibujantes, los más conocidos son Charles Pilatte, Emile Mille, Etienne Leduc y Léon Sault.





El fenómeno de la moda
Los vestidos con crinolina están considerados como la perfecta expresión de la moda, bajo el Segundo Imperio. El mercado de la enaguas en acero observa entonces un espectacular desarrollo y genera un número importante de patentes. La blusa y la falda que forman estos vestidos redondos, están en la mayoría de los casos, cortados por separado. Las blusas para la ciudad, llevadas por encima de un corsé y abrochadas por delante, durante la década de 1850, tienen faldones pequeños y mangas acampanadas estilo pagoda.

A partir de 1860, las mangas se van estrechando cada vez más. Las blusas de vestir - para el teatro o el baile - tienen un amplio escote, manguitas cortas y son muy puntiagudas para reducir la cintura.


Vestido con crinolina
© Photo Les Arts Décoratifs, Paris / Jean Tholance


Sin embargo, a partir de 1866 aquellas que lanzan la moda desatienden la crinolina, por ser común y demasiado incómoda. Le prefieren los vestidos de cola y los vestidos cortos y remangados que anuncian lospuf y los vestidos llamados polonesas. En cuanto a las blusas, van siendo cada vez más cortas. La nueva moda que se desarrolla a partir de 1870, hace hincapié en el arqueado de la cintura y la anchura de la falda recogida por detrás, sostenida por unas enaguas con armazón, el polisón. 
Así, tras haber estado ahogada en una voluminosa masa de tejido, la mujer viste de ahora en adelante, con un complejo arreglo de volantes, drapeados y paneles de tejido que combinan encajes, terciopelo, peluche, pasamanería, el busto manteniéndose estrechamente ajustado en un corsé ballena. Esta alargada silueta alcanza su apogeo en los años 1876-1878.



Anónimo

Un vestido negro que lleva el sello de Mme Roger
© Photo Gilles Labrosse




Prospérie de Fleury y su vestido
El pintor Albert Bartholomé (1848-1928) formaba, junto a su esposa, Prospérie (1849-1887), llamada Périe, hija del marqués de Fleury, una pareja elegante, amiga de las artes y un pelín esnob. El pintor Jacques-Emile Blanche (1861-1942) evocó este salón en el que Périe "se mostraba acogedora para los villanos, bohemios, intelectuales, sus comensales, de modo que las veladas de debates sobre música, pintura y libros, política sobre todo, en las que el nacionalista intransigente Degas indicaba el compás con una autoridad que todos aceptaban (excepto Mary Cassatt, la independiente americana), parecían celebrarse en un mundo aparte, único en París".

Albert Bartholomé
En el invernadero
© Musée d'Orsay, dist. RMN-Grand Palais / Patrice Schmidt


Bartholomé presentó el retrato de su esposa en el Salón de 1881, bajo el título En el invernadero. Este cuadro fue obsequiado al museo de Orsay en 1990, por la Sociedad de los Amigos del museo. Al año siguiente, la galería Bailly donó al museo el vestido de algodón blanco estampado con lunares y rayas lila que llevaba el modelo.
Cuando fallece su querida esposa, en 1887, él abandona la pintura y se inicia a la escultura, en base a los consejos de Degas. Comienza su obra de escultor con la emocionante tumba de su esposa (cementerio de Bouillant, Crépy-en-Valois) antes de conocer la gloria con el famoso Monumento a los difuntos del Père-Lachaise, inaugurado el 1 de noviembre de 1899.

El vestido, que el artista conservó como una reliquia, está formado por dos piezas. La blusa, en forma ballena de lunares y mangas tres cuartos rayadas, con el cuello doblado, se prolonga en túnica remangada en dos cestas en las caderas que forman dos faldones de volantes plisados por detrás, bajo un grueso lazo plano de seda tara lila. La falda, de rayas, se ajusta por detrás y está completamente plisada. Un adorno de lazos de seda tara lila y botones bolas de vidrio, ameniza el conjunto.

Anonyme
Vestido de la Señora de Bartholomé
© Musée d’Orsay, dist. RMN-Grand-Palais / Patrice Schmidt






Mujeres en sus casas
Conjunto de verano
© Stéphane Piera / Galliera / 
Roger-Viollet
La indumentaria de la mujer cuando está en su casa depende del momento del día. Tras el salto de cama 
-que va del simple albornoz a la “mañanita” que requiere llevar el corsé- y el vestido de mañana, llega un traje de tarde más elegante.
Para los vestidos de mañana, igual que para los de verano, se utilizan algodones ligeros y los jaconás, labrados con finas rayas o estampados con semilleros de flores, lunares y lazos.
Toda la elegancia del vestido, de corte muy sencillo -chaqueta amplia o blusa abrochada por delante, falda fruncida- se basa en el arreglo de los volantes que lo decoran y en la calidad de la puesta en forma con un almidonado y un planchado de lo más delicados. Se pueden procurar estos vestidos medio confeccionados 
-es decir adornados con volantes y cintas, pero en piezas no montadas que se pueden adaptar posteriormente a la talla de la clienta- en los grandes almacenes.


Pierre-Auguste Renoir
Retrato de la Señora Charpentier y de sus hijos
©The Metropolitan Museum of Art, Dist. 
RMN-Grand Palais / image of the MMA
Para las temporadas menos clementes y para recibir, conviene llevar un vestido de ciudad, de seda, adornado con volantes, cintas ruchadas y encajes. A la diferencia de los vestidos ligeros de mañana o de verano, la confección de los vestidos de ciudad, requiere unos conocimientos que implican tener que recurrir a un costurero, costurera o al lineal de confección de los grandes almacenes parisinos.
El vestido negro, de escote cuadrado y adornado con terciopelo y Chantilly, de la Señora Charpentier, pintada por Renoir, es un buen ejemplo del vestido de recepción que deseaba una anfitriona que mantenía un salón. También se pueden llevar vestidos así para ir al teatro o a una cena.





Ver y ser visto
Edouard Manet
La Parisina
© Nationalmuseum, Stockholm, Sweden / 
The Bridgeman Art Library
Para la noche, existe toda una gama de trajes, según las circunstancias y la edad de la mujer.

Un vestido para una cena de gala es diferente de un vestido de baile y un traje para un estreno en la Ópera, no se parece a aquel llevado para las representaciones teatrales de fin de tarde, a las que asisten las mujeres vistiendo un conjunto de ciudad y llevando sombrero.

Los vestidos de cena y de teatro son habitualmente poco escotados y no destapan los hombros, ocultados bajo mangas de tres cuartos, muy adornadas. Estos trajes tienen la característica de ser distintos de cara y de espalda: los paños ajustan la falda por delante, mientras que por detrás se despliega una cola bordada con volantes. A partir de los años 1867-1868, es elegante dejar arrastrar las faldas por el suelo.






Eva Gonzalès
Un palco en los Italianos
© Musée d'Orsay, dist. RMN-Grand Palais /
Patrice Schmidt
Para los bailes y las veladas en la Ópera, los vestidos son muy escotados y los hombros se dejan desnudos. Los complicados peinados, están decorados con joyas o flores. Estos vestidos son obligatoriamente de seda, pero de una gran variedad, que va del tul y el tarlatán, hasta las pesadas sedas trabajadas y a los terciopelos. Pueden ser lisos, las aplicaciones de lazos, volantes de encaje, ruchados y los plisados proporcionándole un estilo. Pero solo el tejido, por su estampado y su textura, también puede garantizar la originalidad del vestido, ya que además se utilizan a menudo dos tipos de telas, una trabajada y un terciopelo de tonos contrastados o que hace aguas.


Intimidad

Edouard Manet
Nana
© BKP, Berlin, dist. RMN-
Grand Palais / Elke Walford

La silueta femenina, en los años 1870, se compone de dos accesorios: el corsé que estrangula la cintura y pone en valor el pecho, y el polisón que sostiene los remangados de las “polonesas” en las caderas.
Para paliar las dolorosas marcas de las ballenas, la mujer viste una primera camisa sin mangas, encima de la que abrocha por delante las ballenas del corsé, antes de apretar los cordones que lo lazan por la espalda, que ata por delante y esconde bajo el grueso corchete cosido en la parte inferior del corsé, para evitar que se suban los cordones y las enaguas. Después se pone un cubrecorsé de lencería.
En las piernas, estira unas medias sujetadas por ligas a nivel de las rodillas. Se coloca un pantalón de lencería, un polisón en crin o ballenas metálicas y, por fin, unas enaguas adornadas con muchas cintas de sujeción y volantes, para sostener la falda.




El Paraíso de las Damas
Los accesorios funcionales, también llamados de "compostura" - sombrillas, bastones, abanicos-, crean gestos y actitudes. Tanto en invierno, como en verano, los zapatos de noche son de tela a juego con el vestido, de tacón bajo cubierto, siempre escotados y decorados con una roseta o un lazo de encaje y cinta. 

Los accesorios funcionales, también llamados de “compostura” - sombrillas, bastones, abanicos-, crean gestos y actitudes. Tanto en invierno, como en verano, los zapatos de noche son de tela a juego con el vestido, de tacón bajo cubierto, siempre escotados y decorados con una roseta o un lazo de encaje y cinta. 
Todos estos detalles participan en la elaboración de la imagen de la parisina, que se distingue no por su rango social, sino por la sofisticación de su indumentaria.


El hombre del mundo parisino
Las elecciones en materia de indumentaria masculina, son singularmente limitadas, durante la segunda mitad del siglo XIX. El color ha desaparecido en beneficio de tonos oscuros lisos, el simple paño ha substituido al terciopelo, seda y brocado.
Además, se adopta la costumbre de utilizar un mismo traje para usos distintos. El hombre del mundo parisino, cuando se quita su bata de estar por casa, vive al compás diario de dos trajes sucesivos: el traje diurno y posteriormente el de noche. 
Gustave Caillebotte
En un café
© RMN (Musée d’Orsay) / 
Martine Beck-Coppola
Las líneas generales del traje masculino demuestran una gran estabilidad. La parte superior del cuerpo va ceñida en un chaqué o una levita, ambos siempre oscuros, cruzados o no, y del que puede variar la longitud de los faldones. La chaqueta está reservada a los momentos de ocio. No obstante, en dicha época surge el éxito del gabán, especie de sobretodo corto, que no exige muchas luces, en cuanto a su corte.
La gama de tejidos seleccionados para los pantalones, siempre de corte ancho, es más amplia, lo que permite numerosas combinaciones a partir de rayas, cuadros, motivos pata de gallina o pata de gallo. Los pies calzan botines cuya altura de tacón varía, y encima de los que cae, rompiéndose, el pliegue muy poco marcado del pantalón. La cabeza se cubre con un sombrero de copa. Bastón, paraguas y guantes completan el traje del hombre dispuesto a salir. Pero a éste se le juzga sobre todo en base a la pulcritud de los puños y cuello de camisa - recto o rebajado - y por su corbata que conserva una cierta amplitud.


Placeres del aire libre
Claude Monet
 (1840-1926)
 Femmes au jardin [Mujeres en el jardín]
 Hacia 1866
 Óleo sobre lienzo
 Alt. 255; Anch. 205 cm.
 París, museo de Orsay
Claude Monet
Mujeres en el jardín
© RMN-Grand Palais (Musée d'Orsay) /
Hervé Lewandowski
Para los impresionistas la evocación del ocio al aire libre está estrechamente relacionada con el mundo de la moda. Que se trate de parques de la capital, de jardines de las afueras o también del bosque de Fontainebleau, estos espacios son propicios para el despliegue de trajes elegantes, como lo demuestran, en los años 1865-1867 dos grandes manifestaciones de la "nueva pintura" que exaltan la fugitiva belleza de un bello día de verano: El Desayuno sobre la hierba y Mujeres en el jardín de Monet. 

Una blusa ajustada de cintura alta, una chaqueta con faldones semi largos o también un chaqué "saco" no ajustado, bajan por encima de las faldas con crinolinas que tienden, a mitades de los años 1860, a aplastarse por delante, para mantener solo la anchura por detrás. Las colas, que se adoptan incluso para las escapadas al campo, se remangan mediante un sistema de cordones que deja a la vista las enaguas.
Pierre-Auguste Renoir 
 (1841-1919)
 La balançoire [El columpio]
 1876
 Óleo sobre lienzo
 Alt. 92; Anch. 73 cm.
 París, museo de Orsay, legado de Gustave Caillebotte, 1893
Pierre-Auguste Renoir
El columpio
© Musée d'Orsay, dist.
RMN-Grand Palais / Patrice Schmidt





Rayas más o menos finas, azules o verdes, lunares, sutás de arabescos, arreglos oscuros de ribetes o de pasamanería, proporcionan los principales motivos.

Pero también triunfa el blanco liso. En 1868, Lise Tréhot, la compañera de Renoir, surge de un sotobosque con vestido de muselina blanca, dejando adivinar, por debajo del escote y las mangas, la delicadeza de la carne. Pero la silueta cambia, como lo demuestra el aspecto longilíneo de la joven de Montmartre de El Columpio, que también lleva muselina blanca, pero adornada con lazos de cintas azules. Sin embargo, el traje sigue captando, aunque corriendo el riesgo de verse pulverizado, los juegos de la luz.





Fuente: Musée d'Orsay


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Iv Cruz
Antropóloga, UCV. 


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