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Si queremos lograr una cultura más rica, rica en valores de contrastes, debemos reconocer toda la gama de las potencialidades humanas, y por lo tanto tejer una sociedad menos arbitraria, una en la que la diversidad del regalo humano, encuentre un lugar adecuado." Margaret Mead

septiembre 02, 2016

Guía para (no) quedarse embarazada en la Roma antigua: amuletos, preparados, ungüentos y demás métodos contraceptivos.



Guía para (no) quedarse embarazada en la Roma antigua: amuletos, preparados, ungüentos y demás métodos contraceptivos. 


La intención, por parte de la mujer, de regular su propia reproducción, es una realidad presente desde la Antigüedad. También Roma, civilización que nunca dejará de sorprendernos, hizo uso de métodos contraceptivos, que servían a los propósitos de aquellas mujeres que contemplaban el embarazo como un obstáculo en su vida, convirtiéndose en una alternativa para ellas antes de tener que recurrir a un más arriesgado aborto o a una exposición de un bebé que, en cualquier caso, ya había tenido que gestar en su interior durante nueve largos meses. Pensemos que, si hablamos de sociedades antiguas, la garantía de que un embarazo saliera adelante era mucho más reducida que en la actualidad, habiendo unas altísimas tasas de mortalidad ya no sólo del feto, sino también de la madre.

Un colectivo que podría ejemplificar bien lo que estamos diciendo podría ser el de las prostitutas[1], que podrían ver peligrar su trabajo ante la perspectiva de enfrentarse a un embarazo, con casi total seguridad, no deseado. En cualquier caso, no sólo las prostitutas recurrían a estas alternativas, que, por el contrario, han sido constatadas en la totalidad de la sociedad.

Uno de los métodos más frecuentes de contracepción fue la consumición de determinados preparados, cuyas recetas se conservan en buena medida en las fuentes. Algunos de los ungüentos más simples eran la impregnación del orificio del útero femenino con aceite de oliva, algunas resinas (a las que se podía añadir blanco de plomo o albayalde) o también con miel. Aristóteles, por su parte, recomienda untar en los genitales femeninos un ungüento preparado con aceite de cedro, plomo blanco o incienso, mientras que en el Corpus Hipocrático se insiste en la efectividad del sulfato de cobre diluido ingerido por vía oral.

Un autor especialmente activo en lo referente a los métodos contraceptivos fue Dioscórides, quien hacía gala de conocer cuantiosas pociones para tales fines, así como también algún que otro amuleto. Algunas de estas pociones aconsejadas por el médico y botánico griego incluían la aplicación de menta, miel, goma de cedro o diferentes hierbas que, una vez cortadas y aplicadas en forma de mejunje sobre los genitales femeninos, se supone que evitaban el resultado de un embarazo no deseado. J. M. Riddle, cuya obra es fundamental para el estudio de la contracepción y el aborto a lo largo de la Historia, afirma que Dioscórides menciona en su obra una planta contraceptiva pensada para los hombres, aunque lo cierto es que en la propia cita no se halla ninguna mención concreta a que esta planta (la madreselva etrusca o “periklymenon”) sirviera para uso femenino:


“Su fruto recogido maduro y secado a la sombra, se bebe con vino, el peso de una dracma, durante cuarenta días, y reduce el bazo, mitiga el cansancio, resuelve la ortopnea y el hipo, y a partir del sexto día provoca una orina sangrienta. Es también acelerador del parto. Las hojas tienen la misma virtud. Se dice que bebidas durante treinta y siete días producen esterilidad. Aplicadas como ungüento con aceite, mitigan los temblores en las fiebres periódicas” (Pseudo-Dioscórides, De Materia Medica, IV, 14, trad. de Manuela García Valdés, 1998).

Sorano, por su parte, apuesta por la eficacia del aceite de oliva viejo, la miel o la savia procedente del árbol del cedro, todo ello aplicado en la entrada de la vagina de forma que se crease una coagulación que la cerrase antes del sexo, actuando como posterior barrera frente al esperma masculino. El propio Sorano también recomendaba el empleo del vinagre, el aceite de oliva o la piel de granada, así como higos secos a modo de supositorios vaginales anticonceptivos. Además de todo lo dicho, las romanas también echaban mano de abluciones mezclando alumbre y vino, o por ejemplo salmuera y vinagre y, lo que es más básico, agua fría.

Para todos estos procesos, la lista de ingredientes es larga y especialmente llamativa en una cosa: lo escatológico de su naturaleza. Esto ha hecho que los especialistas se planteen la posibilidad de que esto sea consecuencia directa de la visión masculina sobre la mujer, o bien un reflejo de la percepción que la mujer tenía sobre sí misma, pues hay que tener en cuenta que los doctores y especialistas que escribían sobre las enfermedades femeninas eran considerablemente dependientes de la información dada por pacientes mujeres o por comadronas.



Relieve en terracota procedente de la tumba de una comadrona. En la imagen podemos ver la labor de la comadrona y su ayudante, así como constatar el empleo de la silla obstetricia. Fuente: D’Ambra, 2007, p. 87.


Uno de los métodos contraceptivos más usados y, al mismo tiempo, más simples, fue, como acabamos de ver, el agua fría. De ésta se creía que tenía la capacidad de matar al esperma, lo que explica que la acción de lavar con agua de manera frecuente fuese un acto considerado indigno al que se entregaban los amantes perversos y enamorados; es quizás en respuesta a eso por qué a una mujer que hacía el amor con mesura se le llamaba “Mujer lavada”, mientras que a aquella que lo hacía frecuentemente se le hacía llamar “Mujer húmeda”, tal y como demuestran algunos pasajes de la obra de Cicerón, quien, por cierto, no pasó a la historia gracias a lo “moderno” de sus ideas.

La abundancia de amuletos empleados como métodos contraceptivos nos pone de manifiesto una vez más lo presente que estaba la superstición en el día a día de las sociedades antiguas en general y de la romana en particular. La variedad era casi tan notable como su extravagancia, como meter un hígado de gato dentro de un tubo y portarlo colgado del pie izquierdo, o llevar atado al cuerpo un pedazo de matriz de leona. Pero sin duda, una de las alternativas más extravagantes mencionados por las fuentes es aquella de la que se hace eco Plinio (HN, XX, 114), y que consistía en pegar las larvas de una determinada araña grande y peluda (una tarántula, quizás) en piel de ciervo, con la que habría de atarse a las mujeres antes de la puesta de sol para conseguir evitar la concepción durante un tiempo estimado de, aproximadamente, un año.

Este tipo de amuletos, que seguramente tenían su raíz en lo más hondo de la cultura popular, no eran tenidos en cuenta por aquellos individuos con cierta formación y conocimientos médicos como es el caso del propio Sorano, quien, recordemos, se oponía a este tipo de prácticas y creencias.

Otro método contraceptivo fue claramente el sexo no vaginal, práctica confirmada a través de varios graffitis de Pompeya y también por el propio Séneca, que hace mención a la práctica del sexo anal durante la noche de bodas. Otra opción para la contracepción era contener la respiración en el momento en el que la eyaculación tuviera lugar, haciendo fuerza hacia afuera de forma que el semen no penetrase tan profundamente. Pero, además de esto, también se creía que incorporarse de manera inmediata después del coito (y lavarse con asiduidad) era un efectivo método anticonceptivo.



Fresco con postura sexual encontrado en Pompeya.Fuente.


Una alternativa indudablemente menos arriesgada habría sido la abstinencia sexual como método anticonceptivo infalible. Para ello, se recomendaba la ingesta de determinados ingredientes que se suponía reducían de manera temporal el deseo sexual: ajo, berro o raíz de nenúfar aplicada localmente, entre otras cosas.

En cuanto al llamado coitus interruptus, carecemos de alusiones directas en lo tocante a las fuentes tanto griegas como latinas y existe un debate abierto entre aquellos que piensan que no era una práctica habitual y aquellos otros que defienden que el motivo de que no se mencione no es el hecho de que no se practicase, sino lo íntimo de su naturaleza.

Por otro lado, Sorano no es el único que alude al fin de la menstruación como momento de mayor fertilidad de la mujer. Teniendo esto en cuenta, parece lógico que evitar las relaciones sexuales durante esos días sería otra buena manera de prevenir una concepción indeseada. Hipócrates también se muestra contundente respecto a esto:


“También es cierto: las mujeres que acaban de tener la regla y tienen deseos, conciben fácilmente; su semen se hace fuerte, si tienen relaciones con sus maridos en el momento oportuno y el semen del hombre se mezcla con el suyo fácilmente; si predomina aquél, es así como se produce la unión” (Hipócrates, Las enfermedades de las mujeres, I, 24, trad. de Lourdes Sanz Mingote, 1998).

Las mujeres romanas eran conscientes que de que existían ciertos mecanismos para evitar, o al menos así lo creían, el embarazo. Ello no le resta validez a la realidad de que la reproducción y la perpetuación del linaje constituyó una piedra angular en su función dentro de la sociedad, una conditio sine qua non en su vida. Lo rudimentario de una ciencia todavía infantil y de los conocimientos anatómicos femeninos (en nada comparables, por cierto, a los masculinos), quizás pudo contribuir a esta larga lista de procedimientos de validez altamente cuestionable, de los que las mujeres romanas antiguas echaban mano para (no) quedarse embarazadas.



[1] Cuando hablamos de las prostitutas las normas cambian. Lo que a priori estaría mal visto en una matrona romana estaría moralmente permitido en el caso de una prostituta. Para ellas incluso se contemplaban otros métodos contraceptivos que no se consideraban válidos o útiles para una matrona; pongamos de ejemplo a Lucrecio, quien aconsejaba a las mujeres mover activamente sus caderas durante el coito para así desviar el semen y evitar la concepción (pero no todas las mujeres, únicamente las prostitutas): “Y así por interés suelen las putas menearse, por ver de no quedar una y otra vez embarazadas y con la preñez postradas, y para que al mismo tiempo la coyunda a sus galanes les resultase mejor dispuesta; nuestras esposas de tal cosa no tienen al parecer necesidad alguna”(Lucrecio, La naturaleza IV, 1273-1278, trad. de Francisco Socas, 2003).

BIBLIÓGRAFÍA

ANGELA, A.,“Amor y sexo en la Antigua Roma”, Madrid: La esfera de los libros, 2015.

CHRYSTAL, P., “Woman in Ancient Rome”, UK: Amberley, 2013.

D’AMBRA, E., “Roman women”, New York: Cambridge University Press, 2007.

FONTANILLE, M. T., “Avortement et contraception dans la medicine gréco-romaine”, París, 1977.

GARRIDO GONZÁLEZ, E., “Concepción, contracepción y embarazo en Grecia y Roma”, en DOMÍNGUEZ MONEDERO, A. y HERNÁNDEZ CRESPO, R. (eds.), Las edades del hombre. Las etapas de la vida entre griegos y romanos,Madrid, 2014.

RIDDLE, J.M., “Contraception and abortion from the Ancient World to Renaissance”, London: Harvard University Press, 1992.

ROBERT, J.N., “Eros romano: sexo y moral en la Antigua Roma”, Madrid, Complutense, 1999.