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Si queremos lograr una cultura más rica, rica en valores de contrastes, debemos reconocer toda la gama de las potencialidades humanas, y por lo tanto tejer una sociedad menos arbitraria, una en la que la diversidad del regalo humano, encuentre un lugar adecuado." Margaret Mead

septiembre 21, 2018

¿Y si las venus del Paleolítico no fueron talladas por hombres sino por mujeres examinando su propio cuerpo?



¿Y si las venus del Paleolítico no fueron talladas por hombres sino por mujeres examinando su propio cuerpo?


Dicen que no vemos el mundo como es, sino como somos nosotros; con nuestros sesgos. Por eso las venus paleolíticas se llaman venus, porque los antropólogos creyeron que habían sido talladas como un ideal de belleza prehistórico, como objetos sexuales desde el punto de vista masculino.

Las primeras fueron descubiertas a finales del siglo XIX en cuevas y abrigos rocosos de los Pirineos franceses. En 1908 se exhumó la hechizante Venus de Willendorf, que acabaría convertida en un icono. Desde entonces han aparecido cientos de estatuillas similares entre el sur de Francia y las llanuras siberianas del lago Baikal. Figuras femeninas talladas en hueso, asta, marfil, piedra, terracota, madera o barro, de no más de 25 centímetros y datadas en el Paleolítico superior, entre el 27.000 y el 21.000 a. C. 




Aunque no hay consenso sobre por qué se crearon o para qué servían, sus atributos exagerados, como la prominencia del vientre típica de una mujer embarazada, llevaron a pensar que podían usarse como amuletos de fertilidad. Pero esas proporciones exageradas no solo se aprecian en el abdomen. Muchas tienen un torso anormalmente delgado, pechos grandes y colgantes, nalgas y muslos voluminosos, piernas cortas, pies pequeños y un ombligo elíptico que queda aplastado por el ancho de las caderas.

La antropóloga Mariana Gvozdover describió estos rasgos como una “deformación estilística del cuerpo natural”, pero sus colegas Leroy McDermott y Catherine Hodge McCoide aportaron otro punto de vista. “Estas aparentes distorsiones de la anatomía se convierten en representaciones adecuadas —escribieron en un artículo de 1996— si consideramos el cuerpo visto por una mujer que se mira a sí misma”. 


A la izquierda, el punto de vista de una mujer de 26 años embarazada de cinco meses de su propio cuerpo. A la derecha, la venus de Willendorf desde la misma perspectiva

Los autores compararon las figuras con fotografías de una mujer moderna y la perspectiva encajó como un guante. La idea explica por qué los brazos desaparecen bajo los senos, por qué el cóccix no está a una altura normal respecto a las nalgas o incluso por qué algunas venus del Paleolítico no tienen rostro y fueron talladas con la cabeza inclinada hacia abajo


A la izquierda, el punto de vista de una mujer que mira su trasero por debajo de su brazo. A la derecha, la venus de Willendorf desde la misma perspectiva
A la izquierda, el punto de vista de una mujer que mira un lado de su cuerpo. A la derecha, la venus de Willendorf desde la misma perspectiva


“Es posible —explican McDermott y McCoide— que desde que se descubrieron estas figuras simplemente las hayamos mirado desde el ángulo incorrecto”. Los antropólogos asumieron que las mujeres de la prehistoria habían sido espectadoras pasivas de la vida creativa y que sus cuerpos, ya sea por sus atributos sexuales o como símbolos de fecundidad, solo habían sido relevantes para los intereses masculinos. Pero lo cierto es que no sabemos casi nada de estas estatuillas ni de las personas que las tallaron hace 20.000 años. Lo que sabemos es que nuestras suposiciones están inevitablemente sesgadas por nuestro propio bagaje cultural.


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En tiempos paleolíticos. Bellos hallazgos en forma de estatuillas




"Hay una gran desconexión entre 
lo que se ha demostrado científicamente 
y lo que la gran mayoría de la gente cree.
Lynn Margulis



La llegada de Homo sapiens a Europa, hace unos 45.000 años, marcó el comienzo del Paleolítico Superior, período principalmente caracterizado por una enorme explosión de actividad cultural, cuyas manifestaciones más notables son las pinturas realizadas sobre paredes de cuevas y la talla de pequeñas esculturas. La gran mayoría de los expertos que han estudiado este extraordinario arte ha mostrado su fascinación y su sorpresa frente a obras en las que, a pesar de su antigüedad, puede reconocerse con nitidez la mano humana.

En ese contexto, nos interesa destacar que, diseminadas por lugares muy variados de Europa, desde la segunda mitad del siglo XIX han ido asomando a la luz multitud de pequeñas y fascinantes estatuillas de mujeres paleolíticas que han llamado poderosamente la atención de todos aquellos conocedores de su existencia. Con un tamaño entre 5 y 25 centímetros de altura, talladas en piedra, marfil, hueso, astas, madera o esculpidas en arcilla, estas delicadas esculturas componen la categoría principal de representaciones humanas de arte mueble paleolítico.



La distribución geográfica de las estatuillas es muy amplia, ya que abarca desde el sur de Francia y norte de Italia hasta llegar, a través de Europa central y oriental, a las llanuras de Siberia. Curiosamente faltan en la Península Ibérica, a pesar de que a veces se citan los dos ejemplares de El Pendo y La Pileta. Por lo general se han encontrado en lugares de habitación, esto es, dentro de cuevas o refugios, más que en enterramientos o funerales.

Las estatuillas representan a mujeres desnudas o semidesnudas esculpidas con asombrosa meticulosidad, y cuyos caracteres sexuales se muestran nítidamente marcados. Inicialmente, cuando las figuras fueron descubiertas, se las llamó «Venus» paleolíticas, aunque ese nombre ha sido rechazado por un creciente grupo de investigadoras que, en un esfuerzo por examinar y recuperar el papel de las mujeres en las sociedades pasadas, sostienen que es más riguroso denominarlas estatuillas paleolíticas o, simplemente, mujeres paleolíticas.

No obstante, en un entorno profundamente sexista, el nombre de Venus alcanzó una amplia popularidad. Autoras, como por ejemplo la profesora de Prehistoria (de la asignatura Arqueología de las Mujeres ideada por ella misma) de la Universidad Autónoma de Barcelona, recientemente fallecida, Encarna Sanahuja (2002), o la arqueóloga estadounidense Joan Marler (2003), han rechazado el apelativo «Venus» porque es un tipo de denominación que se limita a revestir a la figuras de una mera función erótica en servicio de la imaginación masculina. Se las asocia así con el canon estético de la época, considerándolas talladas por y para el disfrute de los hombres.

Por su parte, al analizar el androcentrismo que ha sesgado los estudios sobre prehistoria, la antropóloga norteamericana, profesora de la Universidad de Denver y prestigiosa especialista en arqueología de género, Sarah Milledge Nelson, atinadamente se pregunta: «¿Podremos alguna vez superar la idea de que las mujeres desnudas son para el gozo de los hombres, pero que los hombres desnudos son “figuras de autoridad”?»

Se trata de un debate agitado porque, desde el momento en que se descubrieron, las estatuillas resultaron tan sugestivas que han sido y siguen siendo un verdadero acicate para la imaginación de quienes las contemplan. Han inspirado la publicación de innumerables trabajos que, como es de imaginar, ofrecen una variedad enorme: los hay eruditos y de divulgación, extensos y breves, detallados y generalistas, e igualmente con mayor o menor reconocimiento por parte de los colegas. Pero, pese a esa pluralidad, casi todos tienen un sello común: un inconfundible sesgo androcéntrico.

No queremos pasar por alto los términos sexistas empleados en múltiples ocasiones y hasta hace relativamente poco tiempo para describir estas preciosas tallas. Valga sólo a título de ejemplo los escogidos por el prehistoriador francés Louis-René Nougier (1912-1995), al referirse a las figuras como «mujeres de formas opulentas, incluso pesadas, con rostros vagos (…), mientras que los órganos sexuales son dignos de una observación clínica»



Sin embargo, y contrariamente a lo que suele creerse, las tallas paleolíticas no tienen un aspecto homogéneo sino que representan una rica variedad de formatos de mujeres. Las hay obesas y también esbeltas; unas claramente están embarazadas y otras no lo están; simbolizan tanto a jóvenes adolescentes como a mujeres maduras y ancianas, y están de pie, sentadas, acostadas o agachadas; algunas poseen un rostro detallado mientras que otras carecen de él y son por tanto figuras anónimas. Por lo general, las más antiguas suelen ser de formas opulentas, con pechos abundantes y esponjosos, vientre grande y caderas amplias, que no ocultan su sexo sino que lo muestran concienzudamente detallado. La cara, los pies y los brazos, por el contrario, apenas se destacan.

La imagen de mujer corpulenta y de abundantes formas ha representado el prototipo de las estatuillas del Paleolítico y, pese a su variación, se suelen identificar con la célebre figura de Willendorf, que no es la primera ni la más antigua representación de una forma femenina humana encontrada, pero sí la que más fama ha alcanzado.

La estatuilla de Willendorf fue hallada en 1908 en las proximidades del pueblo austríaco del mismo nombre, Willendorf, por el arqueólogo Josef Szombathy, en una terraza situada cerca de 30 m por debajo del Danubio. Su antigüedad oscila entre 24.000-22.000 años, mide unos 11 cm de altura y está tallada con exquisito cuidado en una piedra de poro muy fino que no es propia de esa región. Por esta razón, los expertos piensan que podría haber sido traída a esta zona desde otro lugar. En el momento de su descubrimiento, revelaba en su superficie trazas de un pigmento rojo ocre de significado poco claro, pero al que normalmente se da un carácter ritual o simbólico. Hoy se encuentra expuesta en el Museo de Historia Natural de Viena.

La escultura muestra una mujer de vientre prominente y colgante, con un rollo de grasa extendido por su cintura y unido a unas anchas caderas que revelan el sexo. Sus pechos son también grandes y orondos. La estatuilla carece de cara, por lo que algunos han argumentado que, como el rostro es una estructura clave de la identidad humana, la figura debe ser considerada anónima en vez de una persona concreta. Tampoco tiene pies, y sus brazos son muy delgados. Pese a su pequeño tamaño, esta talla de una mujer rolliza ha alcanzado un gran protagonismo, llegando a formar parte del inventario predilecto colectivo en lo que al arte prehistórico se refiere.

Las primeras teorías propuestas para explicar el significado de las estatuillas, formuladas entre 1890 y mediados del siglo XX, exhibían una marcada tendencia a enfatizar roles de género, esto es, interpretarlas como expresión de la fertilidad femenina o como objetos eróticos para ser visualizados por ojos masculinos. Una de las versiones tradicionalmente más aceptada sostiene que las pequeñas estatuas representan a una deidad: la Diosa Madre o la Diosa Tierra, en la que posiblemente creía la gente del Paleolítico. Esta versión se apoya en que las proporciones del cuerpo de muchas de ellas lleva a pensar en una mujer embarazada, lo que daría a las figurillas la categoría de símbolo de la fertilidad femenina. Otros autores, por el contrario, no están de acuerdo con esta explicación y despojan a las estatuillas de su carácter de diosa.

Existen diversas razones que alimentan acaloradas discusiones, y una razón no menor es un hecho que destaca sobre los demás: la elevada proporción de representaciones femeninas frente a las masculinas. En efecto, se han encontrado en torno a doscientas estatuillas de mujeres, mientras que las de varones del mismo período son sumamente escasas. Esta significativa diferencia ha fomentado los más diversos litigios con relación a la relevancia del papel de la mujer en aquellas sociedades.

Los expertos, sin embargo, admiten hoy que durante el Paleolítico Superior lo frecuente era representar al género humano a través de figuraciones femeninas. Este mensaje tiene un calado profundo porque contradice el antiguo orden simbólico, apoyado en la idea androcéntrica y falocrática inspirada por Aristóteles, que consideraba el sexo masculino como originario y equivalente único del género humano y el sexo femenino, dada su carencia de pene entre otras cosas, estaba incompleto porque era biológicamente inferior.

Tales fantasías, sin embargo, se han visto desafiadas por la ciencia. La arqueología nos sugiere que hace unos 35.000 años, a lo largo de casi toda Europa y durante un período de tiempo próximo a 20.000 años, las mujeres podrían haber ostentado un papel importante en las sociedades de su tiempo; esto explicaría por qué las estatuillas son tan numerosas y por qué se enfatizan tan claramente las diferencias en vez de las similitudes entre los cuerpos femeninos y masculinos: reflejan la clara voluntad de representar mujeres.

Por otra parte, en lo que concierne a la autoría de las estatuillas, no pocos expertos sostienen, al parecer sin albergar duda alguna, que aquellas figuras tan esmeradamente talladas fueron elaboradas por los miembros varones de cada grupo: eran ellos los que realmente poseían el talento creador. Las mujeres, según ese particular androcentrismo que impregna la interpretación de nuestro pasado, quedaron excluidas de la extraordinaria capacidad humana que es crear arte.

Esta visión sexista de la creatividad se ha mantenido durante largo tiempo con el incondicional respaldo de un colectivo científico esencialmente masculino. Versión que, además, ha encontrado una complicidad pasiva en la divulgación hacia el gran público y en los textos seguidos en la enseñanza.

Pero menospreciar el papel femenino en relación con las manifestaciones artísticas y decorativas de aquel lejano pasado es, al menos, muy discutible. Lo cierto es que la información con que cuentan estudiosas y estudiosos del tema no hace sino contradecir y debilitar las estereotipadas interpretaciones de las celebradas estatuillas. Los nuevos datos que, aunque con dificultad, se están abriendo camino entre la comunidad académica, no cejan en señalar que las pequeñas figuras tuvieron un significado cuya amplitud y riqueza es mucho mayor de la pretendida.

Creemos que es válido subrayar que los trabajos recientes de diversas investigadoras, y también investigadores, están proporcionando un sólido marco que refuta esa trama de creencias tejida durante siglos y fundamentada en la universalidad de las estructuras sociales dominadas por los hombres. Si el objetivo es producir buena ciencia, urge abandonar esos escenarios anticuados y con descarado sesgo de género.



Referencias
Martínez Pulido, C. (2012). La senda mutilada: la evolución humana en femenino. Biblioteca Nueva. Madrid.
Nelson Milledge, S. (2004). Gender in Archaeology: Analyzing Power and Prestige. AltaMira Press. California.
Sanahuga Yll, M. E. (2002). Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria. Cátedra. Madrid.



Fuentes
¿Y si las venus del Paleolítico no fueron talladas por hombres sino por mujeres examinando su propio cuerpo?: GizmodoEn tiempos paleolíticos. Bellos hallazgos en forma de estatuillas: Mujeres con ciencia

septiembre 14, 2018

Las estatuillas paleolíticas no están desnudas

Una nueva lectura de las estatuillas paleolíticas

Las pequeñas tallas femeninas procedentes del Paleolítico Superior han generado un monumental cuerpo de literatura que ha incluido discutidas teorías sobre su papel de diosas, símbolos de la fertilidad y maternidad, o bien su función de objetos eróticos. Curiosamente, muchos de los estudiosos que con tanta meticulosidad las analizaron, aparentemente no advirtieron que algunas de ellas presentan señales de llevar ropas o adornos corporales.

Sin embargo, una detallada observación de las pequeñas tallas, apoyada en el uso de los métodos y técnicas más modernos, ha desplazado en no pocos debates el foco de atención desde la desnudez de las imágenes a la presencia de posibles, aunque sutiles, vestimentas o adornos. Lo interesante de estos ornamentos, dispuestos en la cabeza o en otras partes del cuerpo, es que dan la impresión de estar delicadamente tejidos con finas cuerdas o fibras. Y si así fuera, tendrían un considerable significado porque podrían estar relacionados con los primeros pasos de la producción textil o de la cestería. La pregunta vibra en el aire: ¿Serían las mujeres paleolíticas capaces de tejer los primorosos adornos que lucen?

Venus de Willendorf.

La respetada profesora de Arqueología y Lingüística del Colegio Occidental de los Ángeles Elizabeth W. Barber ha sido una de las primeras investigadoras en registrar la presencia de objetos tejidos en las estatuillas. Además, esta experta pionera ha defendido durante décadas la necesidad de interpretar tales objetos con el máximo rigor posible. Cuando Barber estudió las pequeñas figuras, en vez de dedicar su atención a las tantas veces analizadas y discutidas proporciones del cuerpo (tamaño de los pechos, las caderas, detalles del sexo, etc.), optó por concentrarse en algo que llamó profundamente su atención: los gorros, bandas en la cintura o en el pecho, faldas de cuerdas y otras formas de decoración que algunas lucían.

En el año 1994, Elizabeth W. Barber expuso ante la comunidad de expertos que numerosas estatuillas portaban algún tipo de ornamento trenzado a partir de fibras vegetales. Se trataba de una idea un tanto insólita, porque en el contexto de la arqueología del momento se daba por hecho que los humanos no inventaron el tejido hasta después de abandonar la vida nómada y establecerse en villas agrícolas permanentes con plantas y animales domesticados. Y estos acontecimientos tuvieron lugar en distintos territorios del mundo en el Neolítico, hace unos 8.000 años: una vez sedentarios, se suponía que nuestros antepasados pudieron desarrollar tecnologías como la cerámica o los textiles. Sin embargo, las estatuillas paleolíticas tienen edades que oscilan entre 15.000 y 35.000 años y por tanto, ante la idea de que ellas lucieran supuestos tejidos, la opinión generalizada sentenciaba que «nadie podría tejer textiles tan complicados hace tanto tiempo». Esta era la principal razón por la cual el tema apenas se había analizado en profundidad.

En contra del criterio dominante, sin embargo, Elizabeth Barber optó por investigar el asunto. Emprendió un meticuloso trabajo cuyos resultados le confirmaron una y otra vez que la gente del Paleolítico Superior ya sabía utilizar fibras vegetales. La estudiosa pasó a ser una científica de vanguardia, al proponer, con datos en la mano, que el origen de la tecnología textil era notablemente anterior al Neolítico. Centrando la atención en los textiles, que por lo general se han considerado principalmente productos de la actividad femenina, Barber propuso nuevas perspectivas sobre la vida de las mujeres prehistóricas, su trabajo y sus valores.

De hecho, hasta aquellos años las descripciones de las pequeñas tallas se habían limitado a indicar que algunas presentaban un peinado muy complejo. Así por ejemplo, en relación a la figura de Willendorf, el profesor de Historia del Arte Christopher Witcombe enfatizaba que si se presta atención a su perfil, la célebre escultura parece mirar hacia abajo, con la barbilla inmersa en el pecho y el pelo enrollado alrededor de la cabeza, mostrando un elaborado peinado. De todos modos, este autor no ocultó su extrañeza al considerar «extremadamente raro» que un artista paleolítico prestase tanta atención al pelo de la figura que ha tallado, y por ello sugería que un tocado tan meticuloso debía tener algún significado.

Estatuilla de Brassempouy o Dama de la capucha.

En 1998, el arqueólogo James Adovasio y la antropóloga Olga Soffer, tras una minuciosa inspección del peinado de la estatuilla de Willendorf, llegaron a la conclusión de que su «cabello» era en realidad un gorro tejido, una especie de cofia tan cuidadosamente trenzada que les hizo pensar que en el Paleolítico Superior podría haber existido una extendida tecnología de la fibra. Idea que se ha visto corroborada porque la talla de Willendorf no es la única que parece llevar un gorro tejido. La estatuilla de Brassempouy o Dama de la capucha, por ejemplo, es otra célebre figura cuya cabeza da la impresión de estar cubierta por algún tipo de redecilla o tocado para el cabello.

Los adornos aparentemente hechos de fibras, sin embargo, no se limitan, como decíamos más arriba, a la cabeza. También los hay corporales, como los de algunas tallas que presentan cinturones de los que cuelgan cuerdas. Es lo que se observa por ejemplo en la estatuilla de Lespugne, cuyas amplias caderas muestran en la parte posterior una serie de canales muy marcados que parecen una falda, consistente en once fibras unidas a una cuerda basal que sirve de cinturón. La sogas cuelgan del cinto y están tan escrupulosamente talladas que no sólo se aprecia el retorcido de las fibras, sino incluso como pierden su trenzado y se deshilachan hacia el extremo final.

Estatuilla de Lespugne.


En el suroeste de Rusia y en Ucrania, en las proximidades del mar Negro, se han hallado numerosos restos arqueológicos. Entre ellos, en una región llamada Kostenki, se han encontrado literalmente docenas de figurillas que muestran marcadas similitudes entre ellas y con las del resto de Europa. Algunas están completamente desnudas, pero otras presentan prendas de vestir y adornos en la cabeza. También se ha hallado un fragmento más bien grande (13,5 cm) de piedra caliza, con un prominente ombligo y unas manos cuyas muñecas portan brazaletes. El análisis de estos ornamentos ha contribuido a consolidar la idea de que la gente del Paleolítico tenía capacidad para tejer ropas, redes o cestos con fibras vegetales (Soffer et al., 2000).

Figurillas de Kostenki.

Por otra parte, en el año 1993, salió a la luz un trabajo que exponía que en la República Checa, concretamente en Dolni Vestonice, se habían hallado algunos trozos de arcilla cocida muy antiguos, de una edad comprendida entre 24.000 y 28.000 años. Estos restos conservaban en su superficie unas curiosas impresiones de difícil interpretación. Tras diversos análisis, los especialistas sugirieron que los fragmentos de arcilla hallados podrían corresponder a fracciones de suelo que mostraban huellas o impresiones de lo que parecía una cesta tejida con fibras finamente retorcidas.

Hoy se interpreta que sobre ese antiguo suelo se pudo depositar algún tipo de objeto, como sacos, bolsas, cestos o alfombras, tejidos a partir de materiales extraídos de plantas silvestres y que dejaron su huella. Si esta conclusión fuera correcta, contribuiría a consolidar la idea de que los habitantes de aquella zona ya sabían tejer fibras vegetales.

El hallazgo es importante porque hace retroceder en unos 15.000 años la fecha formalmente admitida por los expertos de las primeras señales de cestería o de textiles. Una vez más, surgen señales que sugieren que la capacidad para aprovechar las estructuras vegetales se remonta a muy atrás en la historia de la humanidad. Además, los análisis realizados con métodos modernos en las marcas detectadas en esos supuestos fragmentos de suelo, parecen revelar conocimientos de variados estilos de retorcer y entrelazar hilos, algunos de los cuales incluso han perdurado hasta el presente.

Huellas Dolni Vestonice.


La tesis que sostiene que el aprovechamiento de las fibras vegetales con diversos fines es muy antiguo, se ha visto también reforzada por un hecho significativo. Numerosas herramientas procedentes del Paleolítico Superior, que hasta hace poco parecían tener una dudosa utilidad y se les había prestado poca atención, ahora, bajo la luz de la nueva perspectiva, pueden entenderse mucho mejor: se trata de los utensilios empleados para tejer.

No son pocos los estudiosos que han subrayado, con notable asombro, que, por la misma época en que unos grupos humanos comenzaban a realizar las primeras pinturas en las paredes de las cuevas del sur de Europa, otros, en el este del continente, estaban produciendo los tejidos más antiguos conocidos. La humanidad florecía entonces con una próspera creatividad que brotaba en distintas partes del viejo continente.

La arqueología de género, que se ocupa de recuperar a la mitad femenina de las poblaciones antiguas, cuenta con numerosas expertas y expertos que han subrayado al respecto el escaso rigor que implica suponer que las mujeres se mantuvieron pasivas contemplando, por ejemplo, el nacimiento de la cestería o que arrastraran igual pasividad ante la creación del maravilloso arte paleolítico. Una de las pioneras, la prestigiosa Margaret Conkey, ha señalado: «No podemos interpretar el material acumulado durante miles años afirmando que todo él está relacionado con actividades masculinas.»


Referencias
Barber, E. W. (1994), Women’s Work: The First 20,000 Years, New York: Norton.
Jennett, K. D. (2008), Female figurines of the Upper Paleolithic, Texas San Marcos.
Martínez Pulido, C. (2012), La senda mutilada: la evolución humana en femenino. Biblioteca Nueva. Madrid.
Soffer, O., Adovasio, J. M, y Hyland, D. C. (2000), «The “Venus” Figurines: Textiles, Basketry, Gender, and Status in the Upper Paleolithic», Current Anthropology 41, págs. 511-537.


Fuente