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Si queremos lograr una cultura más rica, rica en valores de contrastes, debemos reconocer toda la gama de las potencialidades humanas, y por lo tanto tejer una sociedad menos arbitraria, una en la que la diversidad del regalo humano, encuentre un lugar adecuado." Margaret Mead

enero 08, 2014

El aseo a finales del siglo XIX

El aseo a finales del siglo XIX

Desde el 15 de Octubre de 2013 al 12 de enero de 2014 hay una exposición muy coqueta y pequeña en el Museo Cerralbo de Madrid titulada "Toilette, la higiene a finales del siglo XIX". Las piezas expuestas y su discurso museográfico nos ofrecen las pautas de cómo era el aseo a finales del 1800. Cecilia Casas, comisaria de la exposición nos invita a conocer más de aquella época.

El aseo personal y la cosmética no es emporio del siglo XIX pero sí que se desarrolló considerablemente en comparación con las épocas anteriores. La centuria de 1800 es un momento histórico en el que la imagen personal comienza a adquirir un protagonismo ineludible creándose los primeros interiores domésticos consagrados a la toilette.

Esta palabra francesa significa en español y ya desde el siglo XIX, aseo personal, belleza y discreción o arreglo en el aspecto físico, sustituyendo a los antiguos y tradicionales términos de aderezo o compostura. El término toilette también designa, paralelamente a su progresiva aparición en los espacios domésticos, nuevas estancias como la sala de baño o el área de retrete o excusado.



 


Los cambios en la infraestructura urbana, en los interiores domésticos y en el mobiliario de aseo se suceden vertiginosamente desde mediados del siglo XIX. A finales de 1800 aparecen además las primeras marcas comerciales cosméticas, los salones de belleza y peluquerías y comienza a democratizarse el concepto de moda y estilo. En cuanto a los accesorios de higiene y belleza, marcas punteras de la época son Gal, Floralia, Dorin, L.T. Piver o Houbigant así como las grandes casas de La Toja, Pears Soap o Jacob Delafon. A pesar de la incipiente irrupción en el mercado de las marcas cosméticas pioneras en el último tercio del siglo XIX, según se desprende de los recetarios y manuales de belleza de la época, lo normal era que las mujeres fabricasen ellas mismas sus lociones para la higiene facial y corporal, cremas hidratantes o nutritivas, e incluso el maquillaje, como polvos o el conocido como carmín o rouge, y almacenadas convenientemente en botes. Posteriormente, las empresas cosméticas fueron adquiriendo entidad, aparecieron la publicidad y la imagen corporativa. Las preparaciones de venta directa ganaron en calidad y atractivo para el público comercializándose entonces en droguerías y farmacias las primeras marcas cosméticas nacionales y extranjeras.



 

El aseo, por lo general y hasta finales del siglo XIX, estaba en el dormitorio A pesar de que una vivienda aristocrática contara con agua corriente, ésta no solía llegar a las habitaciones, en las que se llevaba a cabo el aseo esencial mediante el uso del jarro y el aguamanil. En el caso de los caballeros, el escrupuloso afeitado era básico en la higiene masculina y origen de todo un ritual y parafernalia.



 

En cuanto a los accesorios de higiene y belleza varonil podemos hallar cepillos de dientes, navajas y tenacillas para el bigote con el que potenciaban o modificaban sus gracias naturales. El vello facial, la dentadura y las uñas estaban entre lo más cuidado del aspecto de un caballero. El cabello masculino, como el femenino, contaba con cepillos y peines que en caso de personas adineradas podían llevar inscritos sus iniciales como éstos con una "M" y una "C" correspondientes al Marqués de Cerralbo.



El aceite de macasar lo utilizaban tanto los caballeros como las damas adineradas para su cabello. Era un producto que se asemeja a la actual gomina y que servía para protegerlo del uso y abuso de las tenacillas y mantenía el peinado entre lavado y lavado que se producía cada dos semanas aproximadamente. De hecho, el uso de este aceite provocó la aparición de tapetes de ganchillo en el lomo de los sofás, ya que al apoyar la cabeza, el producto manchaba los asientos.

Retretes portátiles como el asiento con agujero (que al bajar la tapa parecía una silla corriente)convivían en las casas con otros más modernos conectados a la red de alcantarillado. Era el servicio domestico el que proveía de agua limpia a las habitaciones y el que retiraba y vaciaba los bacines u orinales usados.




El tocador femenino solía ser una estancia inmediata al lugar del baño en las casas nobiliarias, ya que en ella terminaban los procesos de higiene y arreglo personal y se cuidaban la piel y el cabello. El mueble tocador solía contener elementos esenciales de belleza: crema y polvos de arroz para el rostro, colorete, bandeja para las joyas, set de vaso y cuenco para el enjuague dental... Precisamente el cepillo de dientes fue un instrumento de higiene creado en el siglo XVIII con cerdas animales que producían daños en encías y esmalte y que a lo largo del siglo XIX fue mejorando su fabricación para no resultar tan perjudicial.



Resultaba indispensable además la posesión de unos recipientes adecuados para guardar los cosméticos tanto si eran comprados en la droguería como aquellos que se fabricaban en casa a partir de materias primas adquiridas ex profeso y conforme a los varios recetarios de la época.



Las estancias solían tener también una percha donde colgaría la indumentaria doméstica de comodidad, previa a la ropa de calle. Además el uso de escupideras era indispensable en los interiores domésticos de fin de siglo.

Los aseos de finales del siglo XIX, llamados "aseos modernos", solían contar con agua corriente, canalizada a través de una fuente. El lavabo no solía estar conectado, sin embargo, al agua corriente, de ahí que generalmente siempre hubiese un juego de aguamanil.

El baño de cadera proporcionaba todos los beneficios del baño de inmersión y permitía una higiene completa. El bidet por su parte, era indispensable para la higiene femenina, íntimamente ligada con los ciclos reproductivos. Hombres y mujeres solían bañarse de cuerpo entero una vez a la semana, mientras que el cabello se lavaba con huevo, agua, bicarbonato o vinagre cada 15 días, ya que se tenía la idea de que hacerlo más habitualmente perjudicaba el pelo. Las bañeras y los bidet portátiles se podían trasladar a la estancia donde quisieran usarse.




El retrete de porcelana sólo se lo podían permitir las familias más pudientes y modernas de la sociedad. Los de porcelana aparecieron a mediados del siglo XIX en Inglaterra y de hecho, la época victoriana es considerada la edad de oro de los retretes. Una de las firmas pioneras y responsable de la evolución de la higiene en Inglaterra y Europa fue Doulton.


 

Sin embargo en el siglo XIX no todos, ni mucho menos, eran personas acaudaladas que podían permitirse estos aseos. El resto de la gente humilde, que vivía en corralas o pisos de alquiler compartían letrinas o iban a las casas de baño.

Fuente: Cecilia Casas Desantes. Más información en el catálogo de la exposición.
Crédito de las fotos: Filippo Pincolini y Museo Cerralbo


Fuente: Anacrónicos . Recreación Histórica 

Cristal C. Barreto C. 
Antropóloga- UCV 

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