Antropología de la moda
…”Desde hace miles de años el primer lenguaje que han utilizado los seres humanos para comunicarse ha sido el de la indumentaria. Mucho antes de que yo me acerque a usted por la calle lo suficiente para que podamos hablar, usted ya ha comunicado su sexo, su edad y la clase social a la que pertenece por medio de lo que lleva puesto; y muy posiblemente me está dando información (o desinformación) sobre su profesión, su procedencia, su personalidad, sus opiniones, sus gustos, deseos sexuales y estado de humor en ese momento. Quizá no consiga expresar con palabras lo que estoy observando pero registro de forma inconsciente la información, y simultáneamente usted hace lo mismo respecto de mi. Cuando nos encontramos y entablamos conversación ya hemos hablado en una lengua más antigua y universal…”.(1)
La indumentaria o el atuendo de cada individuo ejercen siempre la función de identidad propia. Cada complemento presenta unas cualidades personales o características de cada persona. Así pues estamos ligados a la continua información o desinformación que presenta tanto el vestido como sus complementos dentro de cada sociedad.
La libertad de expresión emerge de todo ser humano. La libertad de elegir qué llevar puesto supera los límites. Hoy día vivimos en una sociedad donde el individualismo en su máximo esplendor ejerce un gran potencial sobre la moda.
El poder de las apariencias, que así lo llama Jorge Lozano, catedrático de teoría de la información; es la fuerza de la que emana la moda. El concepto de belleza y armonía se muestra exigente en nuestras percepciones sociales. Como señaló Alison Lurie el primer lenguaje ha sido el de la indumentaria, y en un mundo como el nuestro esta apreciación reside en toda mente del ser humano.
“La moda es una realidad aparentemente contradictoria. Por un lado, busca integrarnos en un todo social. Por otro, busca la distinción. Es lo típico de toda forma: al tiempo, universaliza y distingue.” (2)
El acto de imitar data al individuo de una seguridad, al no hallarse solo en sus actos. Así liberamos al individuo del suplicio de decidir y queda convertido en un producto de grupo social. La moda es la imitación de un modelo dado, y satisface así la necesidad de apoyarse en la sociedad; conduce al individuo por el camino que todos llevan, y crea un módulo general que reduce la conducta de cada uno a mero ejemplo de una regla. Pero no menos satisface la necesidad de distinguirse, la tendencia a la diferenciación, a cambiar y destacarse. Cada cual interpreta a su antojo, dentro de unos límites que impone la moda. La sociedad exige una uniformidad.
Edmon Goblot (1858-1935), filósofo y sociólogo francés, reflexiona en su obra La barrera y el nivel, acerca de las funciones del vestido y las necesidades sociológicas que este presenta en la naturaleza humana:
¿Por qué nos vestimos?
El vestido humano cumple distintas funciones.
Una función higiénica, porque nos protege de las inclemencias climatológicas, reemplazando el pelo y las plumas con que la naturaleza ha dotado a otras especies animales.
Una función púdica, vinculada a la institución del matrimonio: es una forma de prevenir los celos frente a los deseos prohibidos.
Una función estética, porque resalta la belleza, o porque representa en sí misma algo bello; también sirve para ocultar y corregir la fealdad.
Una función distintiva, porque el símbolo exterior, fácilmente reconocible, de las funciones, de los rangos y de las clases. Borra desigualdades individuales; crea o consagra igualdades y desigualdades sociales, y las manifiesta.[…]
Pero el traje tiene también, y sin duda ha tenido siempre, una función radicalmente opuesta: es un poderosísimo instrumento de seducción. Sin duda, fue desde su origen un adorno: la gente se vistió para estar bella mucho antes de hacerlo para taparse. (…)
La necesidad de aparentar, de ser admirado, envidiado, temido o respetado, de engrandecerse ante los ojos de los demás, es una característica fundamental de la naturaleza humana.El vestido también es el símbolo de una autoridad, de una profesión, de un rango, de una casta, de una clase. A menudo la función estética y la función distintiva se confunden: el signo de una superioridad es habitualmente decorativo; la belleza de un adorno puede residir únicamente en la superioridad que refleja: ¡hay tantas cosas bellas por lo que sugieren, y no por lo que son! (…)
Esta función distintiva del vestido sigue predominando en las sociedades más avanzadas; es la que mejor explica las leyes de su evolución, es decir, de la moda. Ante todo, nos vestimos para dejar claro quiénes somos. (3)
En cambio los andares, el ritmo de los gestos son influidos muy esencialmente por las vestiduras. Un traje nuevo o un vestido que nos ha encandilado nada más verlo algunas veces determina nuestra compostura en mayor o menor grado que uno viejo; aunque después de llevarlo algún tiempo la relación con éste se invierte, y somos nosotros quien imponemos la ley formal de nuestros movimientos. Lo más curioso es que cada moda siempre se presenta con aire de cosa eterna. Cuando la moda y la muerte son hermanas gemelas.
Me gustaría dedicar un espacio al capítulo Diálogo entre la Moda y la Muerte, de la obra de Giacomo Leopardi, Operette morali publicada en 1827:
MODA: Señora Muerte, señora Muerte.
MUERTE: Espera a que sea hora y vendré sin que me llames.
MODA: Señora Muerte.
MUERTE: Vete al diablo. Vendré cuando no lo quieras.
MODA: Como si yo no fuese inmortal.
MUERTE: ¿Inmortal? Pasado el año mil se terminaron los tiempos de los inmortales.
[...]
MODA: ¿No me conoces?
MUERTE: Deberías saber que tengo mala vista y que no puedo usar anteojos, porque no me sirven los que hacen los ingleses, y aunque los hicieran adecuados, yo no tendría dónde apoyármelos.
MODA: Soy la Moda, tu hermana.
MUERTE: ¿Mi hermana?
MODA: Sí. ¿No te acuerdas de que las dos nacimos de la caducidad?
MUERTE: Qué puedo recordar yo si soy enemiga capital de la memoria.
[...]
MODA: Digo que nuestra naturaleza y usanza común es la de renovar continuamente el mundo, pero tú desde el principio te lanzaste sobre las personas y la sangre; yo me contento como máximo con las barbas, los cabellos, los vestidos, los bienes domésticos, los palacios y cosas por el estilo. Pero es verdad que a mí no me ha faltado, ni me falta, hacer juegos similares a los tuyos como, por ejemplo, agujerear algunas veces las orejas, otras veces los labios y narices, y rasgarlos con las baratijas que les cuelgo en los huecos; chamuscar la carne de los hombres con sellos candentes que convierto en marcas de belleza; deformar la cabeza de los niños con vendas y otros ingenios, imponiendo la costumbre de que todos los hombres del país deban tener la cabeza de la misma forma, como hice en América y en Asia; lisiar a las personas con el calzado estrecho; dejarlas sin aliento y hacer que se les salgan los ojos por la presión de los corpiños ajustados, y cien cosas más de esta índole. Es más, hablando en general, yo persuado y constriño a los gentilhombres para que soporten cada día miles de fatigas y de molestias, y a menudo dolores y tormentos, e invito a alguno a morir gloriosamente por el amor que me tiene. Esto para no hablar de los dolores de cabeza, de los resfríos, de los flujos de toda clase, de las fiebres cotidianas terciarias, cuaternarias que los hombres se ganan por obedecerme, consintiendo en temblar de frío o en ahogarse de calor según yo lo quiera, protegiéndose los hombros con prendas de lana y el pecho con prendas de tela, al hacer cada cosa a mi manera así sea para el propio daño.
MUERTE: En conclusión, te creo que eres mi hermana, y si quieres, lo considero más cierto que la muerte, sin que me lo tengas que probar. Pero estando quieta me desmayo; si te animas a correr al lado mío, ten cuidado de no caer, porque voy en fuga; corriendo me podrás hablar de tus necesidades; si no, por deferencia con nuestro parentesco, te prometo que cuando muera te dejaré todas mis cosas, y que tengas un buen año.
MODA: Si tuviéramos que correr juntas en competencia, no sé cuál de las dos vencería, porque aunque tú corres, yo lo hago mejor que si fuera al galope; en cuanto a estar quieta en un solo lugar, si tú te desmayas, yo me extingo. Así que volvamos a correr, y corriendo como dices, hablaremos de nuestros asuntos.
[...]
Fuente de la imagen: The Style Lab
MUERTE: ¡Qué gran milagro que no hayas hecho aquello que no pudiste hacer!
MODA: ¿Cómo así que no pude hacer? Demuestras que no conoces la potencia de la Moda.
MUERTE: Bien, bien; al respecto tendremos tiempo de discutir cuando llegue la costumbre de no morirse. Pero en el entretanto yo quisiera que tú, como buena hermana, me ayudaras a lograr lo contrario más fácilmente y más rápido de lo que yo lo he logrado hasta ahora.
MODA: Ya te he contado acerca de algunas de mis obras que mucho te benefician. Pero no son gran cosa en comparación con las que te quiero decir ahora. Algunas veces, más en estos últimos tiempos, para favorecerte he hecho caer en desuso y en el olvido las fatigas y los ejercicios que ayudan al bienestar corporal, e introduje o puse en relevancia innumerables que abaten el cuerpo de mil modos y acortan la vida. Además de esto, he introducido en el mundo tales órdenes y tales usanzas que la vida misma, tanto con respecto al cuerpo como al ánimo, está más muerta que viva, hasta el punto de que este siglo, se puede decir con veracidad, es el siglo de la muerte. Y si antiguamente tú no tenías otras posesiones que no fueran fosas y cavernas, donde sembrabas en la oscuridad osamentas y polvaredas que son semillas que no dan fruto, ahora tienes terrenos al sol y gente que se mueve y va por ahí a pie; son hechos que, se puede decir, produjo tu libre razón, si bien no los cosechaste en el momento en que nacieron. Más aún, si antes solías ser odiada y vituperada, hoy por obra mía las cosas se han reducido al punto que cualquiera que tenga intelecto te honra y alaba, anteponiéndote a la vida, y tanto te quieren que siempre te llaman y dirigen la mirada hacia ti como hacia su mayor esperanza. Finalmente, como veía que muchos habían presumido de querer hacerse inmortales, es decir, de no morir por completo, con la idea de que una parte de sí mismos no te habría caído entre las manos, yo, sabiendo que se trataba de nimiedades, y que aun cuando éstos u otros viviesen en la memoria de los hombres, vivirían, por así decirlo, de burla, sin gozar de mayor fama que en el caso que tuvieran que padecer de la humedad de la tumba, de cualquier modo comprendí que este negocio de los inmortales te escarmentaba porque parecía menguarte el honor y la reputación, así que suprimí la usanza de buscar la inmortalidad y de concederla en caso de que alguien la mereciera. De modo que al presente, ten la seguridad de que no ha de quedar ni una migaja que no esté muerta en cualquier persona que muera, y que le conviene irse inmediatamente bajo tierra como un pescadito cuando es tragado de un solo bocado, con cabeza, espinas y todo. Estas cosas, que no son pocas ni pequeñas, las he hecho hasta ahora por amor a ti, queriendo engrandecer tu estado en la tierra, como ha sucedido. Y para este efecto estoy dispuesta a hacer cada día lo mismo y más; con esta intención fui en tu búsqueda, pareciéndome apropiado que de ahora en adelante no nos separemos, porque estando siempre juntas podremos consultarnos mutuamente según los casos, y sacar mejor partido de ellos que antes, poniéndolos en ejecución de mejor manera.
MUERTE: Dices la verdad, y así quiero que procedamos.(4)
Su dependienta es enorme y descarada, la muerte toma las medidas al siglo, lo hace ella misma, por ahorrar en maniquí, y se dirige personalmente a la liquidación. Por eso la moda cambia con tanta rapidez; pellizca a la muerte y ya es de nuevo otra para cuando la muerte intenta golpearla. No le ha debido nada en cien años.
El juego de tendencias en la moda llega a una expansión total y el aniquilamiento de su propio sentido que esta expansión acarrea, adquiere el atractivo de los límites, y la sugerencia de un principio y un fin simultáneos en la novedad y al mismo tiempo en la caducidad. Su cuestión no es “ser o no ser”, sino que es ella a un tiempo es y no es. Su destino es desaparecer, antes bien, agrega un encanto más.
Un “estilo” gusta cuando es capaz de renovarse y deja de gustar en el momento en que se agota. Entonces surge un nuevo estilo que con frecuencia suele ser opuesto al anterior. En cuanto la gente comienza a juzgar en base a ese nuevo estilo, el anterior se vuelve anticuado e insoportable.
“Por lo demás, cualquier otra cosa igualmente nueva y que se extienda súbitamente sobre los usos de la vida no será considerada como moda si se cree en su persistencia y sustantiva justificación. Solo se considerará así quien esté convencido de que su desaparición será tan rápida como lo fue su advenimiento.”(5)
(1) LURIE, Alison. El lenguaje de la moda: una interpretación de las formas de vestir. Barcelona, Paidós Ibéria S.A., 1994.
(2) CODÍNA, MONICA. Mirando la moda. Once reflexiones.
(3) GOBLOT, EDMOND. La barrière et le niveau. Étude sociologique sur la bourgeoisie française moderne, París. 1925.
(4) LEOPARDI, GIACOMO. Operette Morali. Milano, Stella, 1827; Revista de Ocidente. Madrid. Fundación José Ortega y Gasset. Noviembre, 2011.
(5) SIMMEL, GEORG. Filosofia de la moda. Modo y ritmo vital. Revista de Ocidente. Madrid. Fundación José Ortega y Gasset. Noviembre, 2011.
Fuente: Marisa Jimenez
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