Por: María Camico
Desde aproximadamente
la segunda mitad del siglo XIX, los artefactos encontrados en o alrededor del
Lago de Valencia, han llamado la atención de investigadores nacionales e
internacionales. Ante la falta de pirámides y grandes centros ceremoniales como
los encontrados en Mesoamérica, los montículos de tierra, las figuras antropo y
zoomorfas y las grandes urnas funerarias, fueron y continúan siendo de gran
interés para los arqueólogos.
La cuenca del Lago de
Valencia es, sin lugar a dudas una de las regiones históricas con mayor
tradición de investigación arqueológica en Venezuela y ha sido de las primeras
en ser estudiadas. El material allí recolectado comprende tanto vestigios
cerámicos, líticos y óseos. Es comprensible, entonces, que compartan
antecedentes y es importante estudiarlos en conjunto como parte integral de
esta investigación.
La ultima década del
siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo XX fueron de vital importancia
en el desarrollo de los estudios antropológicos en Venezuela. Para el año 1887,
Vicente Marcano en compañía de Alfredo Jahn y Carlos Villanueva, realizaron
diversas prospecciones arqueológicas en los Valles de Caracas y de Aragua, lo
cual trajo como resultado, entre otras cosas, la descripción y posterior
estudio de los montículos habitacionales y funerarios de Tocorón, La Quinta y
La Mata en la cuenca del Lago de Valencia. Con estos estudios se realizan por
primera vez en el país, una excavación arqueológica donde se describe el
contexto excavado y se aplican pruebas químicas para descifrar el origen de los
sedimentos presentes (Gordones y Meneses, 2007).
Estas investigaciones
verían luz posteriormente en la publicación de la obra Etnografía Precolombina
de Venezuela en 1889 por parte del hermano de Vicente Marcano, Gaspar (Vargas,
1986). Básicamente se describe los artefactos ornamentales, cerámicos, líticos
y funerarios e incluye elementos de arqueología, antropología física,
etnohistoria y zooarqueología por lo que constituye la obra más importante de
su época. En ella se esboza en líneas generales que los indígenas que habitaban
en la región eran robustos, de baja estatura y practicaban un tipo de
deformación artificial en la cabeza que afectaba fuertemente la frente; además
tenían costumbres fúnebres variadas, que acompañaban de comidas funerarias
realizadas alrededor de los montículos. Indica que las tribus que habitaban las
orillas del Lago de Valencia son las más desconocidas puesto que el proceso de
exterminio post contacto fue tan grave, que poco se pudo saber de sus
costumbres. Hizo análisis osteológicos y osteométricos de los restos hallados y
señala que la determinación de su sexo le fue fácil debido al marcado
dimorfismo sexual que observó de los análisis óseos. Pone especial atención a
la presencia de cráneos deformados, cuyo número, según su apreciación, es casi
igual que los no deformados pero no especifica la proporción de hombres y
mujeres que practicaban la plástica deformante. También describe detalladamente
las figurinas encontradas, que son todas femeninas, y que presentan un tocado
que parece indicar el uso de tablas deformantes, motivo que lo lleva a
compararlas con los cráneos descritos (Marcano, 1971).
Alfredo Jahn (1932), llevó a cabo
excavaciones en la orilla oriental del lago
de Valencia entre los meses de enero y marzo de 1903. Estaba comisionado
por el actual Museo Etnológico de Berlín, concentrándose específicamente en los
yacimientos de El Zamuro y El Camburito. Reportó la existencia de
aproximadamente 50 o 60 montículos, pero de ellos sólo 20, según su propia
descripción, estaban aptos para la excavación. Consideró Jahn los artefactos
recuperados en sus excavaciones, como de origen arawak, que habitaban en el
noroeste de Venezuela, y también que las vinculadas culturalmente con los
caquetíos, sin ofrecer argumentos que pudieran sostener esta hipótesis (Wagner
y Gasson, 1997).
Para comienzos de los
años treinta del siglo XX, el prolífico y fantasioso Rafael Requena publica
Vestigios de la Atlántida (1932), donde, aparte de su hipótesis de que las
figuras y cráneos deformados correspondían a un pueblo descendiente de los
antiguos atlantes, hace una muy buena descripción de todos los objetos y los
restos óseos recolectados. Se interesa por los montículos del área y encarga a
Mario del Castillo para dirigir los trabajos. Este médico venezolano observó
por primera vez figurinas suramericanas en París, en el Museo del Palacio del
Trocadero en 1904. Cuando, preparaba su tesis doctoral sobre la lepra y, al
notar las protuberancias sobre el cuerpo de algunas, las asoció con esta
enfermedad. En 1930, Requena liderizó excavaciones en sitios como Los
Tamarindos, Los Cerritos, El Cascabel, El Charral, entre otros. Los métodos
empleados por Requena no eran claramente, los empleados por la arqueología
sistemática de aquellos tiempos, por lo que carecían de documentación y datos
precisos como ubicación, descripción de los sitios, materiales, tiestos y restos
óseos y la relación contextual. Lo que es innegable es que los resultados de
sus investigaciones tuvieron repercusión en el ámbito intelectual y hasta
político venezolano, difundiendo públicamente sus resultados. Se podían
apreciar las características de las figurinas y las dimensiones de las urnas
mortuorias de los antiguos valencioides. Su trabajo es particularmente
interesante para nuestro estudio debido a la descripción detallada que hizo de
las figurinas antropomorfas y de lo que
denominó como deformación craneal, aunque no intencional, que se
presentaba.
Posteriormente, el mismo Rafael Requena
invitaría a cuatro investigadores norteamericanos al país, Wendell Bennett,
Alfred Kidder, George Howard y Cornelius Osgood, que venían financiados por la Standard Oil Company, y que harían excavaciones sistemáticas tomando en cuenta el contexto
arqueológico (Vargas, 1986), aspecto anteriormente ignorado, lo que actualmente
dificulta el conocimiento de la sociedad valencioide. Bennett sería primer
arqueólogo invitado por Rafael Requena, proveniente del Museo Americano de
Historia Natural. Sus excavaciones se centraron en gran medida en los
montículos de Las Matas. Lo particular en el estudio de Bennett es que supuso
dos etapas de ocupación: los depósitos durante la primera, evidenciaban
desperdicios que eran arrojados desde viviendas palafiticas y, mientras en la
segunda, por la fluctuación del nivel del lago fueron levantados montículos
artificiales con fines habitacionales o funerarios (Gordones y Meneses, 2007).
Cornelius Osgood, por su parte provenía de la Universidad de Yale y comenzó sus
excavaciones entre los sitios del El Charral y San Mateo, y más tarde en
Tocorón, alrededor de 1934. Sus estudios son importantes por la descripción de
las figurinas antropomorfas encontradas y su análisis. Finalmente, Alfred
Kidder (1944), de la Universidad de Harvard, realizó en 1933 varias
prospecciones en sitios de la cuenca del lago de Valencia. Sus excavaciones
arrojaron datos cualitativos y cuantitativos para construir secuencias
cronológicas-culturales regionales y relacionar sus estilos tempranos con la
cerámica de tradición barrancoide del bajo Orinoco, cultura que llamó La
Cabrera, mientras, también estableció una fase tardía denominada, Valencia.
Argumentó también que el yacimiento La Cabrera no era únicamente dedicado a los
enterramientos, sino que sugirió que era un sitio de habitación con entierros
en su interior (Vargas, 1986).
Más adelante, José María Cruxent e Irving
Rouse integran la información cronológica y cultural, definiendo lo que
posteriormente se conocería como serie valencioide (Cruxent y Rouse, 1958).
Entre 1942 y 1943, José María Cruxent había realizado estudios y prospecciones
en los sitios arqueológicos de la cuenca del Lago de Valencia, incrementando su
interés por la arqueología de Venezuela. En 1958, junto con Irving Rouse,
arqueólogo de la Universidad de Yale, que se interesaba por la arqueología del
Caribe, publicó el libro Arqueología Cronológica de Venezuela, con el cual se
redefinió la arqueología en el país haciendo un recuento de los trabajos
arqueológicos realizados hasta ese entonces y proporcionando información
crucial para la cronología arqueológica de todo el territorio nacional.
Sistematizando especialmente por regiones, describieron de la misma manera, el
estilo La Cabrera (serie barrancoide) y el estilo Valencia (serie valencioide).
Por su parte, Miguel
Acosta Saignes, en esa misma década, integra los rasgos culturales a su
investigación de pueblos prehispánicos, pero a través de la etnografía y
antropología histórica agrupando, de esta manera, los rasgos culturales de las
sociedades valencioides dentro del área que llamó de la costa del Caribe
(Molina, 2010)
En 1944, José Riatto Ciarlo analiza de lo
que llamó los ídolos tacariguenses, correlacionando las manifestaciones
intelectuales e ideales con la estructura material y económica. En su opinión,
estas figurinas representaban la maternidad y el ideal cultural del rol
femenino. Pensaba que el tocado de sus cráneos, con su forma de media luna,
estaba relacionado con la idolatría a una diosa lunar y que esta representación
de la diosa-madre era indicativa de una sociedad matriarcal (Ciarlo, 1944).
Hacia 1948 J.M Cruxent (1982) estudió un
cráneo hallado a orillas del Río Vigirimita (Estado Carabobo) entre dos
vasijas. Posteriormente en las excavaciones de Los Tamarindos, península de La
Cabrera (estado Carabobo), el autor encontró enterramientos primarios y reportó
la deformación craneal, aunque agrega que probablemente no fue usual (Cruxent,
1982). Igualmente reporta en los yacimientos de La Mata, Tocorón y Los
Tamarindos de los estados Aragua y Carabobo. Sin embargo los enterramientos se
hacen más numerosos y la deformación craneal artificial mas común en los
estratos valencioides superiores que en capas mas bajas del estilo La Cabrera.
La Fundación Lisandro Alvarado, dirigida
por Henriqueta Peñalver, ha sido desde la década de los sesenta del siglo XX,
la encargada de dirigir las investigaciones realizadas en la cuenca del Lago de
Valencia y de la curaduría de los Museos de Arqueología de Valencia y Maracay.
(Díaz, 2004 En: Antczak y Anctzak, 2006). Excavaron los sitios principales de
La Mata y La Pica y, según Peñalver (1967), los artefactos recuperados fueron
relacionados con las prácticas funerarias. También hizo investigaciones en
sitios de suma importancia como Los Cerritos, El Roble, La Iguana, Ocumare y
Combuto entre otros. El material recolectado incluía cerámica, urnas
funerarias, vasijas, figurinas antropomorfas y zoomorfas, pipas, huesos de
mamíferos y huesos humanos. Sin embargo, los datos publicados son insuficientes
para establecer un modelo o patrón cultural y político de los habitantes de
esta región. En este mismo sentido, Julio Peñalver (1969) publica un estudio de
las deformaciones maxilo-dento-faciales de los habitantes de la cuenca del lago
de Valencia, describió las formas anormales que pudo distinguir en los cráneos
y las dividió en cinco grupos: deformaciones patológicas, accidentales,
póstumas, inconscientes y las étnicas, que asoció con prácticas religiosas y
nociones estéticas. (Peñalver, 1969).
Sanoja y Vargas (1978) definen las
culturas asentadas en la cuenca del Lago de Valencia como las más
desarrolladas, y, aunque no hacen mención de la deformación craneal artificial
en esta zona, hablan de la complejidad de los enterramientos, así como el
número de ofrendas asociadas como indicativos de la estratificación social
(Bonilla y Morales, 2001). Igualmente en 1999, a partir del materialismo
histórico abordan específicamente los rasgos de la organización social,
producción y reproducción como un sistema de ideas materializadas a través de
artefactos y demás restos materiales. Proponen también las diferentes
instancias de formación económico social que van desde la sociedad igualitaria
o tribal, que ubicaron entre el 1640+/- 120 años A.P para la región, y estaba
representado por la fase La Cabrera. En su modo de vida, se combinaron la
recolecta de moluscos marinos, la pesca y la caza marinas, la pesca fluvial y
la vegecultura. En el ritual mortuorio de estas sociedades, se nota cierto
tratamiento diferenciado y, sólo en algunos individuos se observan ofrendas
que, posiblemente, aludían a las ocupaciones y el estatus social. El cacicazgo
o modo de vida jerárquico, se ubica entre el 980 +/- 100 y 1000+/- 100 años A.P
y enuncia la nueva ocupación de la cuenca del lago de Valencia por grupos
identificados como tradición Arauquín del Orinoco medio tardío. En este modo de
vida, se puede observar complejos ajuares funerarios en los que un segmento de
la población generalmente era enterrada en urnas de barro y presentaban deformación intencional del
cráneo, lo cual testimoniaría la presencia de linajes diferenciados o
dominantes dentro de esta tradición valencioide. Habrían sido una sociedad
estratificada cacical, en la que hay diferenciación jerárquica interna y
sistemas de alianza (Sanoja y Vargas, 1999).
En 1974, Arechavaleta
realiza un estudio de deformación craneal valencioide y establece medidas
craneales y tipos de deformación, identificando los tipos tabulares oblicuos y
erectos y anulares. En 2000, Rosario Massimo trabajó con cráneos no deformados
de La Pica y Río Blanco presentando su distribución por sexo y tipo de
enterramiento.
En los años ochenta
del siglo XX, María Magdalena Antczak y Andrej Antczak, inician el proyecto de
arqueología en las islas venezolanas del archipiélago de Los Roques, proyecto
que continúan hasta el presente y en el que han expuesto e interpretado el
valor simbólico de la cerámica valencioide. Su publicación de la obra Los
Ídolos de las Islas Prometidas, es una recopilación de todos los años de
trabajo y en él realizan un análisis estilístico exhaustivo de las figurinas
halladas (Antczak y Antczak, 2006). Estos autores consideran que estas
figurinas representaban y sustituían materialmente
a la mujer en el desarrollo de actividades rituales y religiosas por ciertos
grupos sociales masculinos en las islas de Los Roques (Navarrete, 2010).
Es importante
destacar que Juan Munizaga (1987) estableció un período de dominio del tipo de
deformación tabular oblicuo, que ubicó temporalmente alrededor de 2000 a 1000
años A.P. período de auge de la cultura valencioide. Indicó que aunque no hay mucha información para Norte y
Mesoamérica para este período sobre esta práctica, existen evidencias directas que en
el área Maya la deformación tabular oblicua era conocida y practicada
(STEWART1949; Saul, 1972). Lo mismo para etapas relativamente contemporánea en
Sudamérica, en poblaciones como La Tolita y Guazango (Ecuador), Nazca
y Wari (Perú) y el Tiahuanaco costeño y las primeras fases de San Pedro de Atacama (Norte de Chile) por lo que supone
posible que este tipo de deformación se haya difundido por el resto de
Sudamérica (Munizaga, 1969; 1976 En: Munizaga, 1987).
Para 1995, Gloria
Pereira analizó los caracteres discontinuos en cráneos deformados y no
deformados a cargo de en la que se evaluaron veintidós caracteres discontinuos
en una muestra de treinta y dos (32) cráneos de la región Aragua-Carabobo y
pertenecientes a la colección del Museo de Ciencias. En ellos se pudo observar
que en los cráneos con deformación aparecían ciertos rasgos morfológicos que no
se presentan en los individuos con cráneos sin deformación como por ejemplo,
los huesos wormianos coronales y la espina nasal aguda, mientras que los
cráneos no deformados presentaban otros rasgos ausentes en los deformados como
el foramen parietal y el torus supraorbital. Esto la hace suponer una posible
influencia ambiental y sexual según los caracteres discretos del cráneo. Este
estudio arroja ciertos patrones diferenciales de caracteres relacionados con el
sexo y con la deformación intencional, por lo cual recomienda un estudio futuro
en los que estos datos sean de carácter métrico.
Nuestro trabajo
representa, precisamente, un intento de aproximación como recomendó Pereira, al
estudio morfológico craneal, aún cuando, no fueron aplicadas las técnicas
craneométricas.
En 2001, Mary Bonilla y Melba Morales,
estudiaron cráneos con deformación artificial de las colecciones osteológicas
de La Mata (Estado Aragua) y Los Cerritos, pertenecientes a las muestras
colectadas en los Museos de Antropología, de La Fundación Lisandro Alvarado de
los estados Aragua y Carabobo, ya que no habían sido analizados con esta óptica
morfológica. Esta colección osteológica se encuentra fechada con una antigüedad
de 2200 años A.P, según el estudio de Carbono 14 aplicado a una de las muestras
de la colección Lago de Valencia (Boletines de Antropología 1964-65, 1967,
1968-71, 1993). Señalan la importancia de la influencia del norte de Colombia y
de las Antillas que tuvieron los antiguos pobladores de la cuenca del Lago de
Valencia (Sanoja y Vargas 1978; Peñalver 1993) y que a nivel comparativo se
pueden correlacionar con los estilos cerámicos, patrones alimenticios,
costumbres mágicos-religiosas, características físicas (donde se inserta la
plástica deformante) y forma de vida de los antiguos pobladores Chibchas de los
Andes Orientales de Colombia (Rodríguez, 1999). Su muestra estaba constituida
por un total de cuarenta y dos (42) cráneos con la alteración plástica
cultural, siendo la más frecuente en ambas colecciones la tabular oblicua, con 95.2% para Las Matas
y 85.7% para Los
Cerritos, ante otras formas de deformación. Determinaron que el dispositivo
deformante utilizado se evidencia en las impresiones dejadas en el cráneo, y
así determinan que el más utilizado en las muestras analizadas es el aparato
cefálico o tabla deformante libre, aún cuando acotan que la información arqueológica
mexicana refiere el aparato corporal o de cuna también puede producir este tipo
de deformación. Evidenciaron casos aislados del tipo de deformación tabular
erecta, lo que indica que si bien la deformación tabular oblicua es la más
frecuente, no es la única que se ponía en práctica entre los habitantes de la
cuenca del Lago de Valencia, y finalmente, en cuanto al sexo, la mayor
incidencia de aparición del rasgo la encontraron en los individuos masculinos.
Este resultado podría estar en parte influenciado por las condiciones gráciles
de los cráneos femeninos, lo que los hace relativamente más susceptible a
alteraciones post-deposicionales de recolección arqueológica y conservación.
Por su parte, la
reconstrucción bioarqueológica de los restos humanos de La Mata, fue realizado
por Yoanna Chávez (2004), quien investigó las características biológicas basada
en tres categorías: morfológica, que incluía la edad y el sexo; la biocultural,
basada en la deformación cefálica y las marcas de exposición intencional al
fuego y, finalmente, la ritual, evidenciada en el tipo de enterramiento y la
energía invertida en su práctica. Chávez aplicó un análisis estadístico de
correspondencia múltiple para obtener la
representación gráfica de las diferentes categorías en ejes que marcaron las
diferentes culturas funerarias. Para Chávez las deformaciones cefálicas pueden
tener su base en la estructura jerárquica de la sociedad valencioide, en las
que estas representaran el estatus de quienes se deformaban el cráneo.
En 2006,
Marjorie Bonilla realizó una
aproximación paleopatológica para reconstruir el modo de vida de la población
de La Pica. Centrada en las patologías humanas presentes en la colección
osteológica del Museo de Antropología y Arqueología del Estado Aragua, (Maracay), para comprender en que medida se
reflejan es los restos óseos, los fenómenos biológicos y socioculturales que
afectaron a los habitantes prehispánicos de la región. Las patologías
encontradas fueron de tipo dental, traumas, tumores, malformaciones, procesos
infecciosos y la enfermedad articular degenerativa (Bonilla, 2006).
Volviendo al
paradigma de la Arqueología Social Latinoamericana, Iraida Vargas (2007),
consideró que la producción de las figurinas antropomorfas femeninas, se
vinculó a una estructura social jerarquizada, afirmando que la mayoría de las
figurinas representa a mujeres pertenecientes a los linajes dominantes.
Más recientemente,
Nancy Escalante (2008) busca establecer las características históricas dentro
de las cuales se produjeron las figuras antropomorfas valencioides, vinculando
la representación del cuerpo femenino con los controles sobre la reproducción.
Plantea que la iconografía femenina de Valencia expresa un mecanismo de
complejización social que, una vez que alcanza su auge, refuerza la posición
ideológica del género, que entiende como la adscripción de un sujeto o conjunto
de individuos a las normas o roles que rigen el sexo biológico. De la misma
manera, toma en consideración la hipótesis de Sanoja (1995) en la que indica
que la deformación craneal no era un rasgo generalizado de la población
prehispánica de Valencia y que la iconografía de mujeres con el cráneo
deformado alude posiblemente, a un sector dominante de la población que
regulaban el poder político. Establece también, que dentro de este cacicazgo,
existió un circuito de intercambio de mujeres, en la que la representación
iconográfica de su cuerpo, contribuía a la difusión de los valores dominantes
(Escalante, 2008).
Por ultimo, Escalona
(2009) habla de la figuración humana en los principales estilos cerámicos del
país y de la importancia que tuvieron en el imaginario colectivo de estas
tradiciones culturales, son:
…formas
de expresión y contemplación de la
identidad socialmente promulgada y aceptadas por la sociedad en la que éstas fueron producidas
y utilizadas; por ello la importancia de la miniaturización del cuerpo
socializado. Estas figuras simplificaban cada uno de los microcosmos
simbólicos, estéticos e ideológicos y
abrían un mundo de relaciones tan extenso y
complejo que de otra forma sería virtualmente inasible (Escalona, 2010: 116).
Asume la figuración antropomorfa como parte de la dinámica social, en
las que incluye la organización social y las representaciones materiales de
poder de las culturas estudiadas. Las figurinas responden a la relación entre
los individuos de la cultura productora y su ambiente. La mujer, en el caso
valencioide, se encuentra representada de manera material o física bajo cánones
estéticos específicos, a las que se le In-corporaban un poder mediante la
representación de la deformación craneal o máscara. Es decir, a través de las
relaciones de poder socio-cultural que legitimaban las categorías de género
mediante la incorporación y activación de códigos materiales y preformativos
sobre los cuerpos sexuados social y culturalmente.
Fuente: Tesis de Grado. 2012. La Deformación Craneal Artificial y su Representación Alfarera: una visión de género en la sociedad Valencioide a través del estudio comparativo de sus restos óseos y sus figurinas antropomorfas. Cap 3. María Camico
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