La tumba de la Señora de Cao, líder del pueblo mochica
En 2005, arqueólogos peruanos encontraron en el norte de Perú el sepulcro intacto de una gobernante mochica que vivió en el siglo V d.C.
Tenemos que hacer otro descubrimiento así». Eso fue lo que el millonario Guillermo Wiese le dijo al arqueólogo Régulo Franco mientras agitaba en su mano el artículo publicado por National Geographic sobre el descubrimiento en 1987, en la huaca Rajada, de la tumba intacta de un gobernante mochica, el Señor de Sipán, realizado por Walter Alva. Tras ese fabuloso hallazgo, los arqueólogos soñaban con hacer otro descubrimiento de características similares en la región de Lambayeque, en el norte de Perú.
Wiese era presidente de la fundación que lleva su nombre, dedicada al estudio y puesta en valor de lugares arqueológicos en todo Perú. Con su apoyo, Régulo Franco estaba excavando desde 1990 en la huaca Cao Viejo, uno de los cuatro «lugares sagrados» (tal es el significado de la palabra quechua huaca) que forman parte del complejo arqueológico El Brujo, situado 60 kilómetros al norte de Trujillo. Cao Viejo es un centro ceremonial perteneciente a la cultura mochica, una sociedad guerrera que entre los años 100 y 800 d.C. desarrolló una civilización rica y compleja a lo largo de la árida franja costera peruana del Pacífico.
En esos años, Franco tenía que trabajar acompañado por guardaespaldas para hacer frente a las amenazas de muerte y a los continuos sabotajes de los huáqueros o ladrones de tumbas. Pero eso no lo detuvo, y por fin obtuvo su recompensa. En los primeros días de 2005, el equipo de Franco estaba excavando en el patio noroeste del recinto ceremonial. Este recinto destaca por sus paredes pintadas con diseños geométricos y con la representación de un ser con rasgos de felino y tentáculos de pulpo, rodeado de cóndores y serpientes: Ai Apaec, el dios principal del panteón mochica, también llamado «el Decapitador».
Una tumba real
Lo que más llamó la atención de los investigadores fueron ciertos elementos que detectaron en el patio y que habían sido quemados: madera, cerámica, agujas de cobre, pescado, figuritas de madera y cinabrio, así como vasijas, textiles, y ornamentos de plata y cobre dorado. Parecían indicios de que allí se ocultaba la tumba de un personaje importante de la élite mochica. Y, en efecto, la métódica exploración de los arqueólogos sacó a la luz las tumbas de cuatro individuos que flanqueaban la que parecía ser una tumba principal.
Los arqueólogos concentraron sus esfuerzos en este sepulcro, que tenía una estructura compleja. Cuando lo abrieron, el 15 de mayo de 2006, encima de todo apareció una gran vasija en forma de búho enterrada hasta el cuello. A continuación se encontraba una cubierta de caña sustentada por un relleno de adobe y tierra. Debajo, unas maderas de algarrobo desbastadas, a modo de vigas, servían para proteger el entierro. Alrededor de éste se habían dispuesto diversas vasijas. Finalmente, el 15 de mayo de 2006, ante la emoción de Régulo Franco y su equipo, se extrajo un fardo funerario intacto, que pesaba unos cien kilos y tenía una longitud de 1,80 metros. El fardo había sido colocado con la cabeza mirando hacia el sur, algo habitual en los enterramientos mochica. A la derecha del fardo descansaba el cuerpo de una joven de unos 15 años.
La primera sorpresa
Durante seis meses, el equipo científico dirigido por Régulo Franco, la especialista textil Arabel Fernández y John Verano, experto en bioantropología, se dedicó a desvendar cuidadosamente el fardo funerario. Éste estaba formado por 26 capas de tela, entre las cuales se hallaron mantos cubiertos con láminas de cobre dorado y restos de algodón. Cuando los arqueólogos lograron retirar las últimas capas encontraron collares, diademas, coronas y 44 narigueras de oro y plata, algunas de ellas guardadas en estuches de tela. Junto al cuerpo había también dos cetros o bastones ceremoniales de madera forrados de cobre dorado, de 1,75 m de alto. Dentro del fardo se habían dispuesto también 23 estólicas o propulsores para lanzar dardos. Cuando los investigadores llegaron a las últimas capas de tela que cubrían el cuerpo se encontraron con la mayor sorpresa de todas: el cuerpo, que medía 1,45 metros, estaba perfectamente conservado… y era una mujer.
Los mochicas no momificaban a sus muertos, pero en este caso el cuerpo fue untado con cinabrio, un mineral rojo que ayudó a su desecación y permitió que se conservara perfectamente. La piel de los antebrazos, los tobillos y los dedos estaba cubierta de tatuajes en forma de arañas y serpientes. La Señora de Cao, que fue el nombre que dio Régulo Franco a esta mujer, conservaba intacto su cabello, dividido en dos pesadas trenzas, y sobre su rostro se había colocado el cuenco de metal que contuvo el cinabrio con que se cubrió su cuerpo. La autopsia efectuada reveló que la Señora murió aproximadamente a los 25 años, al parecer debido a las complicaciones de un parto.
¿Quién fue la Señora?
Esta mujer, que vivió hacia el año 400 d.C., unos 150 años después que el Señor de Sipán, fue enterrada con diversos símbolos de poder, entre ellos una corona de oro decorada con una cara salvaje sobrenatural y dos grandes mazas o bastones ceremoniales, así como varias armas. Además, algunos de los individuos enterrados junto a ella, como la joven que se encontraba a su lado, fueron sacrificados para acompañar a su señora al más allá.
Todo esto hace del descubrimiento de la Señora de Cao algo único en la arqueología peruana, ya que es la primera gobernante femenina de la que se tiene constancia. Su hallazgo echa por tierra muchas de las teorías que se habían formulado hasta entonces, según las cuales la mochica era una sociedad guerrera y teocrática, y gobernada por hombres. Walter Alva, el descubridor de Sipán, manifestó su sorpresa al ver que «muchos de los atuendos y símbolos de poder se encuentran en el ajuar de una mujer, ya que hemos considerado a los mochicas una sociedad patriarcal gobernada por varones». Según afirmó Régulo Franco, la Señora posiblemente «fue una mujer líder en su época» y desempeñó un papel político y religioso importante en su sociedad; entre otras cosas habría dirigido los sacrificios humanos que demandaban los rituales mochicas.
Como en el caso del Señor de Sipán, la revista National Geographictambién se hizo eco del descubrimiento y en julio de 2006 publicó un artículo titulado «El misterio de la momia tatuada». Y en 2009 se inauguró el moderno Museo de Cao, junto a la huaca Cao Viejo, que entre otros hallazgos realizados en el yacimiento alberga el ajuar funerario y los restos de la Señora de Cao. En el museo se ha dispuesto una sala especial para que los visitantes puedan maravillarse con la visita a la Señora y su rico ajuar, magníficos testimonios de la cultura mochica, una de las más complejas y sofisticadas de América.
PARA SABER MÁS
Mochica: los secretos de huaca Cao Viejo. Régulo Franco. Fundación Wiese, Lima, 2009.
Fuente: Arqueólogos
Cristal C. Barreto Cedeño
Antropóloga - UCV
1 comentarios :
muy buenos articulos.
Publicar un comentario