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Si queremos lograr una cultura más rica, rica en valores de contrastes, debemos reconocer toda la gama de las potencialidades humanas, y por lo tanto tejer una sociedad menos arbitraria, una en la que la diversidad del regalo humano, encuentre un lugar adecuado." Margaret Mead

junio 02, 2013

El sexo cromosómico versus la cultura del sexo

El sexo cromosómico versus la cultura del sexo


La cultura occidental tiene arraigada profundamente la idea de que sólo existen dos sexos. Este modelo binario del sexo sin embargo, puede verse comprometido teniendo en cuenta que pueden existir gradaciones entre el macho y la hembra llegando a haber hasta cinco sexos o incluso mas (Sterling, 1993).

La palabra sexo proviene del latín sexus, del verbo secare que significa cortar,  y se refiere principalmente a la división de la especie humana en dos grupos: macho y hembra (Montecino, 1989). Es conveniente destacar las diferencias representacionales de la asignación sexual en occidente: macho/hembra sería una concepción biologicista y anatomista, hombre/mujer, es una concepción social y conductual, mientras que masculino/femenino, es una adscripción psicológica, simbólica e identitaria (Navarrete, 2008).


Por sexo se entiende las características anatómicas de los cuerpos, incluida la genitalidad, así como las características morfológicas del aparato reproductor y aspectos tales como las diferencias hormonales y cromosómicas. (Maqueira, 2006: 161). Alude a las diferencias  entre el macho y la hembra y se reconoce a partir de datos corporales; ya que funge como componente esencial para el apareamiento y reproducción de la especie. Sería, entonces, una categoría biológica o natural. Los caracteres sexuales fueron definidos por primera vez en el año de 1869 por el anatomista Hunter, quien los dividió en primarios, presentes ya al nacer y secundarios, que son los que se adquieren con el desarrollo durante la pubertad (Herrero, 2010).

John Money de la Universidad John Hopkins (1965) señaló que el sexo de cada persona es el resultado de la combinación de cinco componentes biológicos:

a)    Sexo genético: determinados por los cromosomas X e Y.
b)    Sexo hormonal: el balance del estrógeno y andrógeno.
c)    Sexo gonadal: presencia de testículos u ovarios.
d)    Morfología de los órganos reproductivos internos
e)    Morfología de los órganos reproductivos externos.


El sexo genético controla el desarrollo del sexo gonadal del individuo, es decir, entre ovarios y testículos. A su vez, el sexo gonadal determina el sexo fenotípico ya que las secreciones gonadales inducen el desarrollo de los órganos sexuales y los caracteres sexuales secundarios influyen sobre la conducta sexual a través de la secreción de las hormonas o sexo hormonal. Sin embargo, esto no es una pauta general, estos cinco tipos de sexos no siempre coinciden en el individuo llegando a presentarse la variación y carencia de uno o más de ellos en los sujetos (Martí, 2003).
Por otro lado, Anne Fausto Sterling (1993) también definió cinco sexos, los ya conocidos macho y hembra; los hermafros, que poseen tanto testículos como ovarios, los machermafros, que tienen testes y algunos rasgos genitales femeninos y los hembremafros, que poseen ovarios y algunos rasgos genitales masculinos (Sterling, 1993: 20-24)

Siguiendo este orden, la formación del sexo del embrión sigue un patrón específico. Los organismos vivos, en el núcleo de sus células, contienen cromosomas que, a su vez, contienen la información genética o ADN. El proceso de división celular produce copias exactas de los cromosomas, proceso conocido como mitosis. Aunque la mayoría de las células se divide por mitosis, los gametos o células sexuales, se dividen por otro proceso que lleva el nombre de meiosis, y sólo poseen 23 cromosomas. Las mujeres tienen dos cromosomas X y los hombres un cromosoma X y uno Y. En los seres humanos, la determinación sexual se inicia cuando los gametos (el óvulo en la mujer y el espermatozoide en el hombre) se unen para formar un cigoto, proceso denominado fertilización. La combinación aleatoria de los espermatozoides con cromosomas X o Y, y de óvulos con cromosomas X, es lo que produce que el sexo del embrión se defina como macho o hembra. Pero, inclusive en la genética, esta asignación sexual no queda del todo clara por que, aunque en menor proporción, pueden existir casos de individuos con un solo cromosoma X (45 X o síndrome de Turner) o con un cromosoma de más XXY (47 XXY o síndrome de Klinefelter). Entonces ¿cómo se denominarían estos individuos? (Ronee y Cummings, 2010).

Ahondando un poco más en el tema, el síndrome de Turner se caracteriza por la presencia de un solo cromosoma X, motivo por lo que los individuos nacidos con  esta condición son de sexo femenino; sin embargo, no desarrollan órganos sexuales secundarios y, en la mayoría de los casos, tampoco los primarios (óvulos) y poseen un aspecto infantil. Por otro lado, los individuos con el síndrome de Klinefelter, XXY, poseen un cromosoma X de más, lo cual produce en el individuo, entre otras cosas, hipogonadismo, ginecomastia, ensanchamiento de caderas y azoospermia que conlleva a la infertilidad (Ronnee y Cummings, 2010). Estos individuos, entonces, no podrían llamarse o clasificarse como mujeres o como hombres, por la acción de lo que Michel Foucault denominó biopoder, prácticas científicas realizadas por médicos para subyugar y reglamentar los cuerpos y, con ello al sexo (Sterling, 1993).

¿Entonces es la categoría sexo – como afirma Butler - tan cultural como la categoría género?

Podríamos inferir, entonces, que de hecho existe un peso de la biología en la determinación de la identidad de género humana, que resulta minimizada, debido a la predisposición física al momento del nacimiento que es manipulada y, posteriormente, modelada por medios clínicos, la crianza y la cultura.

De esta manera, el sexo, visto como las funciones biológicas básicas que fundamentan la reproducción y hacen posible la perpetuación de la especie y que se reflejan en el fenotipo de los individuos no es refutado. Lo verdaderamente considerable es que también tiene un componente social. Estaríamos equivocados si aseguramos que biológicamente sólo se nace hombre o  mujer, puesto que, como hemos visto, hasta las categorías macho y hembra se ponen en tela de juicio.

Ni siquiera en algo tan representativo de la biología humana como el esqueleto, se puede establecer en todos los casos el sexo del sujeto, puesto que tanto hombres como mujeres antes de la pubertad tienen rasgos similares en su estructura ósea. Bettina Arnold (1996) se permite sugerir, por ejemplo, siete categorías de sexo/género en contextos funerarios, debido a que es poco probable determinar en todos los casos la pertenencia a un grupo específico (hombres o mujeres) sólo en base a la biología, sin tener en cuenta los aspectos culturales y los caracteres morfoscópicos y osteométricos particulares de cada población.

El hecho de que sólo la mujer sea capaz de dar a luz no justifica la subordinación y el confinamiento al espacio doméstico del que ha sido objeto. El ser humano ha manipulado la representación fenotípica de los genitales para justificar el modelo patriarcal en occidente. Consideramos que el sexo sólo es natural desde la reproducción y la formación del embrión, puesto que en el momento en el que el sujeto sale del útero, actúan las pautas sociales, todo ese biopoder que provoca que su genitalidad sea reglamentada, haciendo, de esta manera, al concepto de sexo cultural, así como el concepto de género. Ambos son creados discursivamente, por lo que, por ejemplo, el discurso médico moderno excluye el hermafroditismo al insistir en que todos los cuerpos tienen que ser machos o hembras, sin reconocerlos como una variante, ahora llamada intersexualidad (Turner, 1989). Siendo, que tanto en los restos materiales como biológicos, nos encontramos estas categorías comúnmente, cuestionando su adscripción absoluta a las categorías conocidas.

En definitiva:

Las teorías biológicas de la sexualidad, las concepciones jurídicas del individuo, las formas de control administrativo en las naciones modernas, condujeron poco a poco a rechazar la idea de la mezcla de los dos sexos en un solo cuerpo y, en consecuencia, a limitar la libre elección de individuos indeterminados (Foucault, 1981:8).



Fuente: La deformación craneal intencional y su representación alfarera: una visión de género en la antigua sociedad valencioide a través del estudio comparativo de sus restos óseos y figurinas antropomorfas,
Tesis de grado. 2012. Antropología. UCV. Caracas Venezuela
María Camico.

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